Publicidad

Reinitas

Santiago Gamboa
02 de noviembre de 2012 - 11:00 p. m.

De nuevo, por estos días, el país vuelve a sumergirse en el rito anual del Reinado Nacional de Belleza, una de las más raizales y étnicas demostraciones de frivolidad, machismo y, en consecuencia, estupidez de las que tengo noticia.

Que dos docenas de señoritas desfilando por una pasarela, ante un público mayoritariamente conformado por miembros decadentes del jet set criollo, ocupen las primeras planas, me recuerda que por más que las cifras de la macroeconomía, la educación pública o el desempleo mejoren, la verdad es que en lo esencial Colombia sigue siendo un país del Tercer Mundo.

Recuerdo el comentario de una periodista española al saber que una venezolana y una colombiana habían quedado primera y segunda en Miss Universo. “No me extraña”, dijo, “son los dos únicos países donde esa gilipollez tiene todavía alguna importancia”. Cuánta razón, pues es innegable que esa “gilipollez” mantiene en vilo a buena parte de nuestra masa crítica. Sé que se celebra en todos los países, pero no conozco otro (excluyendo Venezuela) donde sea objeto de tanto seguimiento.

Y no es para menos. La convicción casi científica de que la más bonita es una “reina”, y que por eso tiene más derechos que el resto de sus congéneres, es algo que tiene raíces profundas en la psique de nuestro país. La inteligencia no importa, eso es lo de menos. Basta ver las tonterías que las pobres responden a las no menos tontas preguntas que les hacen. El pedagógico mensaje del Reinado podría ser: no importa que seas iletrada o tonta, si eres bonita y estás muy buena tienes derecho a todo sin estar obligada a nada.

Y en efecto esto es lo que uno encuentra en la educación de muchas jovencitas colombianas, y de otras no tan jóvenes. Las féminas calcadas del mundo del narcotráfico, con sus caderas y pechos estilo Yayita (la de Condorito), son por supuesto la burla de las bellas de más abolengo, pero en ambos estratos la idea es la misma: la belleza concede altísimas credenciales. Pienso también en esas elegantes damas que se horrorizan ante las cirugías de otras —en Bogotá abundan—, pero que apenas deben criticar a alguna, exclaman: “¿Qué se cree esa gorda inmunda?”. Mujer que no juega a ser bonita es vista como un bicho raro (y feo, porque cuestiona a las que sí).

Por eso el Reinado, en el fondo, refleja la triste verdad del país que somos. Basta echar un vistazo alrededor: en el Congreso, en los ministerios, en la prensa, ¡hasta en las Farc! Basta ser bonita para convertirse en actriz protagonista por delante de las verdaderas actrices, o para ser nombrada asesora en el Congreso por delante de profesionales, o incluso ser bonita y holandesa en las Farc, o en las oficinas públicas. Y no hablemos de la prensa. ¿Cuántas caritas bellas, con cero formación y sin el menor currículum, se convierten de la noche a la mañana en presentadoras, analistas o enviadas especiales, en el lugar de veteranas periodistas menos agraciadas? Poco falta para que, en un futuro, las veamos de directoras de medios o revistas de éxito, puede incluso que literarias.

Así es la vida en nuestros tristes trópicos, y ahí está el Reinado para recordarnos que, nos guste o no, en nuestra presuntuosa aldea las bellas son abejas reinas y sus deseos órdenes para los demás mortales.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar