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Releer

Adolfo Meisel Roca
15 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

En estas épocas agitadas muchas veces nos dejamos atafagar por múltiples obligaciones. Uno de los placeres que a veces sacrificamos por esa razón es el de releer textos que nos resultan estimulantes.

Cada relectura de un texto que lo merece nos revela facetas diferentes. Por estos días un accidente menor me ha dado la oportunidad de dedicarme a la lectura sin afán, es decir, sin un fin concreto de evaluar un artículo, revisar un texto o conocer la bibliografía pertinente para una investigación. Como lo señaló Jorge Luis Borges, “cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra”.

Mis relecturas suelen girar en torno a un círculo pequeño de autores a los que vuelvo una y otra vez, y a un conjunto un poco más amplio que visito con menos frecuencia. Tal como sucede con las amistades y los parientes. En el círculo cercano, que los tengo físicamente a la mano, están Max Weber y Fernand Braudel, dos de los más altos exponentes del pensamiento del siglo XX. El primero, el sociólogo más relevante de todos los tiempos, y el segundo, el historiador de los historiadores del siglo pasado. También me acompañan siempre Raymond Aron, Albert O. Hirschman y un conocido filósofo político del Renacimiento italiano.

Pero a la hora de releer, siempre la poesía ocupa un lugar principal, pues se trata de un amor que con la familiaridad se acrecienta, como el verdadero amor. Entre los libros que tengo a la mano siempre están las conferencias Charles Eliot Norton que Jorge Luis Borges pronunció en la Universidad de Harvard en 1967 y que sólo se publicaron en el 2000 bajo el nombre This Craft of Verse. Allí dijo en la conferencia inaugural (que traduzco casi literal y traidoramente): “… se puede decir de la poesía que ésta es una experiencia nueva todas las veces. Cada vez que leo un poema, la experiencia sucede. Y esa es la poesía”.

Las conferencias sobre poesía que Borges pronunció en Harvard en 1967 son exquisitas. Allí se refirió a las metáforas, la traducción, el enigma de la poesía, la relación entre los pensamientos y la poesía y su credo poético. Además, se confiesa, otra vez, esencialmente como un lector, por una razón contundente: uno escribe lo que puede, pero lee lo que quiere.

Lo más atrayente de estas conferencias es esa mezcla de erudición, humor y sutileza del mejor Borges oral. Sobre todo se disfruta esta relectura porque su autor va adobando la exposición con ejemplos de la poesía en inglés antiguo y contemporáneo y en castellano. Por ejemplo, cuando ilustra el argumento de que los versos no tienen por qué tener significado y recuerda unas líneas del poeta boliviano Ricardo Jaimes Freyre: “Peregrina paloma imaginaria / Que enardeces los últimos amores / Alma de luz, de música y de flores / Peregrina paloma imaginaria”.

O cuando señala que en el uso de las metáforas en la poesía no es necesario que éstas sean creíbles, sino que se crea que corresponden a las emociones del poeta, y pone como ejemplo la comparación que hizo Lugones del atardecer con un “violento pavo real verde, deliriado en oro”.

O cuando trae a colación la idea del tesoro maléfico que aparece en la Völsunga Saga, clásico islandés del siglo XIII, para referirse a la metáfora del tesoro que trae consecuencias negativas sobre el pueblo que lo descubre. El que lo entendió, lo entendió.

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