¿Repensar la democracia?

Elisabeth Ungar Bleier
10 de mayo de 2017 - 09:00 p. m.

Cuando los nacionalismos y los populismos parecen estar ganando terreno, cuando los ciudadanos expresan cada vez con más fuerza su hartazgo y desencanto con las élites y los partidos políticos tradicionales, cuando la desafección con la política se convierte en el denominador común en países ricos y pobres, es necesario preguntarse qué está pasando con la democracia.

Muchos afirman que la democracia representativa está en crisis. Esto es parcialmente cierto. Sin embargo, es precisamente cuando ésta no permite que los ciudadanos se expresen libremente en las urnas, cuando los debates giran en torno a ataques personales y no abordan propuestas sobre los problemas que realmente afectan a los ciudadanos, cuando la generación de miedos infundados e histéricos es lo que define el futuro de millones de personas y los fundamentalismos se enarbolan como banderas políticas, es entonces cuando la democracia representativa entra en crisis. Eso es lo que está sucediendo en muchos países, como lo demuestran los resultados electorales en países como los Estados Unidos, el Reino Unido con el brexit, e incluso en Colombia con el plebiscito. Pero también tiene que ver con el abuso de formas de participación que han sido pensadas para permitir que la ciudadanía se exprese, no para acallar los derechos de las minorías.

Todo lo anterior no es inevitable. Por el contrario, debe ser visto como una alerta que pone en riesgo los fundamentos mismos de la democracia. La prioridad no puede ser profundizar estas brechas, sino buscar alternativas que permitan recuperar la confianza en las instituciones y generar los mecanismos y los espacios para que los ciudadanos participen en los asuntos públicos de manera informada. Esto pasa por entender los alcances y las limitaciones de la democracia representativa y de la democracia participativa. Esta última no puede seguir siendo utilizada como argumento para acallar a las minorías y para vulnerar sus derechos. Tampoco debe poner en duda la separación de poderes ni desconocer decisiones de una de las instancias de uno de ellos mediante argucias demagógicas. Y mucho menos utilizar la política como una excusa para imponer creencias religiosas. Ejemplo de lo anterior es el referendo que se está promoviendo para prohibir la adopción de niños por parte de parejas del mismo sexo, e incluso para impedirles a personas solteras o que no tienen pareja hacerlo, con el argumento de que la familia es una sola, la que ellos quieren que sea y no una de las diversas formas de familia que hay.

¿Hay que repensar la democracia? Claro que sí. Pero no destruirla. Como decía un ciudadano francés cuando un periodista le preguntó por qué había votado por el recientemente elegido presidente de Francia: “Macron nos ha devuelto la ilusión de la política. No con el miedo, sino con el mensaje del optimismo”. Y con el respeto por la diversidad y por el otro.

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