Rabo de ají

Revolución de mercado

Pascual Gaviria
28 de febrero de 2017 - 08:44 p. m.

Hace cerca de diez años un hombre cambió la manera de cobrar, prestar y pagar en el sur del país con sus simples iniciales en avisos luminosos. DMG apareció en el sur como una noticia de la normalidad económica y el progreso. No más cadenas de oro empeñadas, llegaba el fin de vender el sueldo a los usureros mientras el patrón Estado o privado pagaba, se cambiaban los modales toscos de los prestamistas enfierrados por la sonrisa de una taquillera vestida como auxiliar de Flota Magdalena. Todo terminó con el fugaz magnate en una celda en Estados Unidos y el estallido de una pequeña burbuja en la tierra de las caletas y la plata en rama.

Luego del acuerdo con las Farc los departamentos de Putumayo, Caquetá, Guaviare, el pacífico nariñense y otras “lejanías” vivirán sin duda una mudanza económica. El efectivo de la ilegalidad buscará cauces seguros, llegarán inversionistas antes agazapados, vendrán nuevas oportunidades y nuevos ricos. Hace unos meses el presidente Santos habló de 13.000 folios en la Fiscalía donde se mencionan empresas con relaciones con las Farc. Camilo Chaparro y Eccehomo Cetina dicen en su libro El Dorado de las Farc que los hijos de los comandantes históricos, con formación y ambiciones distintas a la revolución, serán claves en el manejo de los “ahorros” propios y colectivos. El Gobierno habla de la llegada de Estado y mercado a los municipios donde por décadas se desarrolló el conflicto, y es muy factible que tanto el Estado como el mercado lleguen ligados a la estructura de la guerrilla convertida en partido político y organización social. La revolución en esa Colombia tantos años invisible por la desidia y el veto de la violencia llegará más de la mano del capitalismo a la vista que de la utopía armada y las monsergas del PC3. En últimas, la moto y el celular eran el gran anzuelo de los comunistas para los jóvenes en el Cauca o el Caquetá.

Esta semana leí una respuesta de Ibsen Martínez, escritor y comentarista venezolano que vive desde hace unos años en Bogotá, a la pregunta de los posibles cambios en Colombia una vez se consolide el proceso de paz. Martínez describe una pequeña escena que en Colombia no ha pasado por muchas imaginaciones mientras discutimos la Justicia Especial para la Paz y el estado de los cambuches en las zonas veredales: “el hemisferio cínico de mi cerebro me dice que buena parte del secretariado y de la cúpula política de esa guerrilla no está tan interesada en hacer política electoral, parlamentaria, como en vincularse a la vida económica de la Colombia que viene. (…) Estoy entre los que piensan que asistiremos muy pronto a una revolución en Colombia cuando veamos algo que nunca antes se había visto, un oligarca sentado al lado de un excomandante guerrillero en la directiva de una central hidroeléctrica en el Putumayo. Y, curiosamente, a ese exguerrillero no lo veremos lanzarse como candidato a senador. Las Farc, después de los acuerdos, tienen un papel muy importante que jugar en ese mundo feudal que hoy coexiste con una Colombia moderna y sofisticada”.

Más allá de las consideraciones morales, los castigos penales y las obligaciones transicionales, la integración social y económica de las Farc y sus bases serán una de las claves del éxito de los acuerdos en cerca de 200 municipios colombianos. No será una transición fácil, ojalá no sea un cruento cruce de cuentas, y ojalá, como remata Ibsen Martínez, sea un factor de modernización para esa Colombia lejana.

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