Publicidad

Revolución y turismo

Carlos Granés
24 de julio de 2015 - 04:45 a. m.

Una de las sorpresas que se lleva un latinoamericano que viaja a estudiar a universidades europeas o norteamericanas es la fascinación que despiertan las revoluciones tercermundistas entre algunos profesores extranjeros. En ciertas facultades, el turismo revolucionario es un clásico.

Cuando yo llegué a estudiar a la de Políticas y Sociología en la Complutense, el destino favorito era la Venezuela de Chávez. Grandes cartelones colgaban de las barandas de los pasillos, anunciando viajes para ver en vivo el milagro chavista. Comparadas con esas monótonas y somníferas jornadas en los parlamentos europeos, en Venezuela las fuerzas de la política parecían vivas. No había funcionarios grises y mediocres, fácilmente corruptibles, discutiendo partidas presupuestarias ni haciendo pactos. Había visionarios que buscaban lo imposible. De un salto bajaban el cielo a la tierra con revoluciones, y en lugar de perder el tiempo en reformas graduales e inocuas, zas, borraban constituciones o expropiaban multinacionales. Había antagonismos y no esa obsesión por la estabilidad social, tan apetecible para una clase media coaccionada por los poderes hegemónicos y la falaz tibieza del pluralismo democrático.

Pero algo ha cambiado desde 2011. El 15-M madrileño, esa movilización de jóvenes indignados, volvió a agitar las aguas allí donde parecían dormidas. Es curioso que esto hubiera ocurrido justo cuando Obama se acercaba a Cuba y allanaba el terreno para lo que finalmente ocurriría: el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Mientras en Europa se ponían en duda los consensos que habían traído la paz y la prosperidad, en Cuba se preparaba el fin de la Guerra Fría y, de paso, del largo siglo XX latinoamericano. Nicolás Maduro quedó a la deriva, como un balsero, en su perplejidad e incompetencia, y las Farc han perdido el horizonte al cual mirar. Es inevitable aspirar a que en América Latina se dé un cambio de ciclo, en el que la ideología y el populismo, desinflados por la baja del petróleo y las materias primas, den paso a la aburrida y antiheroica política de los pactos y las negociaciones.

En Europa, en cambio, un populismo bifronte, de izquierda radical y de ultraderecha xenófoba, se robustece a pasos acelerados. Aunque ambas cabezas son distintas, sienten el mismo desapego hacia la Unión Europea. Bien porque les resta soberanía a los países, porque facilita la llegada de extranjeros indeseables o porque responde al liderazgo de esa nueva archivillana, Ángela Merkel, que azuza los odios que el conciliador Obama ya no despierta, el proyecto europeísta recibe ataques de líderes que quieren revivir la política heroica, de grandes acontecimientos y antagonismo entre un ellos y un nosotros. Desde España, con el ambivalente Podemos, europeísta y soberanista al mismo tiempo (un imposible), hasta el Frente Nacional francés, nacionalista puro y duro, se desconfía del proyecto que logró desactivar las pulsiones que periódicamente desataban guerras. La Unión Europa atraviesa su peor momento. Espero que a España, Grecia o Francia no empiecen a llegar profesores chilenos o peruanos, de paseo, ansiosos por ver la revolución.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar