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Rigoberto Urán

Antonio Casale
26 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.

Rigoberto Urán ya tiene un lugar asegurado en el olimpo del ciclismo colombiano.

A sus 26 años ya cuenta con una medalla de plata olímpica en la modalidad de ruta y un segundo lugar en el Giro de Italia. Gestas apenas comparables con la Vuelta a España obtenida por Lucho Herrera en 1987, y los podios de Fabio Parra, segundo en la Vuelta de 1989 y tercero en el Tour de Francia de 1988.

Pero, como en todas las historias de héroes deportivos, la de Urán tiene un sentido humano especial. Como tantos otros colombianos, el paisa fue tocado por el eterno conflicto armado colombiano. Cuando tenía 14 años, los paramilitares asesinaron a su padre, quien poco tiempo antes de su muerte le inculcó el amor por la bicicleta.

Bien pudo Urán dedicar el resto de sus días, como tantos otros, a vengar la muerte de su papá. Pero no, el de Urrao prefirió dedicarse al deporte, con todos los sacrificios que ello supone. Después de todo, en el camino a la gloria son muchas más las dolorosas derrotas que las dulces victorias.

Urán compite en Europa desde 2006, cuando fue contratado por un modesto equipo, para después abrirse camino hacia la élite del ciclismo mundial.

Hoy hace parte del mejor equipo del mundo, el Sky, y es casi un hecho que la próxima temporada será contratado como capo de la escuadra belga Omega Pharma, otra de las grandes y donde, al tener por primera vez a toda una nómina trabajando para él, espera escribir las páginas más gloriosas de su carrera. Lo anterior supone que, en condiciones normales, lo mejor apenas está por llegar.

Urán encarna a esta nueva generación de deportistas colombianos, mejor preparados en todos los sentidos. Aparte de ser un buen escalador, es de los mejores en las pruebas contra el reloj y goza de una fortaleza mental todavía singular para la mayoría de los nacionales.

Afuera de las carreteras se desempeña como un europeo más, su adaptación se evidencia en su correcta y fluida manera de hablar italiano y francés. El antioqueño ha entendido que en su profesión, la de deportista, hay que dejar a un lado el “parroquialismo”.

Pero lo mejor para el deporte colombiano es que el camino de Urán lo empiezan a recorrer con éxito otros ciclistas, como Bananito Betancourt, Nayro Quintana, Sergio Luis Henao, y otro puñado de hombres que han entendido que a la gloria no se llega solamente a punta de tener en el ADN capacidades para el éxito deportivo. Es cierto que el talento es lo más importante y a los nuestros nunca les ha faltado, por fortuna. Pero al talento, los ciclistas nacionales le están sumando las otras condiciones necesarias para el éxito: disciplina y capacidad de adaptación.

 

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