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Roma locuta

Lorenzo Madrigal
17 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

El latín, mal visto en estos días por las misas del procurador, cobra nueva estima con las construcciones clásicas que usó el papa Benedicto, al hacer dejación del trono de San Pedro. Aunque San Pedro no tuvo trono, sino la cruz al revés que padeció en Roma.

No era fácil para los desprevenidos cardenales, reunidos en Consistorio de canonizaciones (entre otras la de Santa Laura), que el papa les soltara frases latinas con el empleo del verbo en infinitivo —renuntiare—, tres líneas abajo del comienzo de la proposición, a la usanza del orador romano. Cómo entender la gravedad entreverada en ese texto impactante. El cardenal Castrillón, allí presente, se confundió tanto que llegó a pensar que se le había olvidado el latín de la iglesia.

Se va el intelectual; tres libros escribió, afamados (Lorenzo se asomó al de La infancia de Jesús, en que mencionó las populares mascotas del pesebre, sin que fueran ellas la sustancia teológica del libro). Se marcha el pianista; Juan Pablo II fue, en su vigor, un papa deportista. Propio el piano para el carácter taciturno de Ratzinger. Se retira el antiguo conscripto de Hitler, antecedente juvenil que le fue obligatorio y que mucho se lo cobramos los periodistas.
En lo de su imagen, estoy seguro de que nadie más, en esa edad, podrá lucir cabellera tan abundante, en juego libre con solideos y ornamentos, dando una apariencia retro, referida a pontífices como San Pío Décimo o León XIII.

No fue muy querido, pero la “marca” papal lo protegió siempre y le brindó multitudes en distintas partes del mundo, apoteosis en Alemania, fervor inusitado en África. La edad lo ennoblecía cada vez más; quizás temió llegar a la decrepitud, pero tal y como se le vio hasta este final abrupto de su pontificado, bien correspondió al aspecto usual de un venerado anciano que gobierna a la iglesia.

La procesión, sin embargo, iba por dentro: nadie sabe de sus dolores físicos, de su debilidad creciente, tal vez “el buen Georg”, su secretario, lo sepa, y de todo aquello que es inherente a la ingravescente aetate a que hace alusión en el texto referido. Surgió de inmediato la teoría de la conspiración, que pretende desvelar, detrás de su abdicación, intrigas y disputas por el poder, reforzada con que el propio dimitente sospeche de su curia; también se dice que el retiro obedeció a los escándalos eclesiásticos. Diría que pudo incidir todo lo anterior, sumado a la edad y a la enfermedad.

Se va el papa Benedicto XVI, de nombre inesperado. Una curiosidad personal fue la de haber presentido, en los instantes de su proclamación, que podría adoptar este nombre y ello por una fijación que he tenido con Benedicto XV, en cuyo entorno anduvo alguien de mis ancestros. Habrá dos papas, sin duda, y no porque exista un cisma; estamos viviendo, a cambio de tradiciones rígidas, las sorprendentes variables de nuestro tiempo. 

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