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Ruido de sables

Lisandro Duque Naranjo
27 de mayo de 2012 - 01:00 a. m.

Insisten mucho por estos días, los defensores del fuero militar, con el argumento de que si éste no se le concede al estamento armado, el Ejército terminará "desmotivándose" del todo para enfrentar a la guerrilla.

El riesgo de la “desmotivación” absoluta, además, se invoca como respuesta a los rumores sobre supuestas conversaciones entre las Farc y el Gobierno, a lo que contribuye la discusión en el Congreso de un marco jurídico para la paz, expresión blasfema para los nostálgicos de la seguridad democrática.

Tanto Plinio Apuleyo, como Fernando Londoño, José Obdulio Gaviria y otros de esa cuerda, atribuyen a esa “desmotivación” el incremento de las incursiones guerrilleras en muchos lugares del territorio nacional. O sea que hay bastantes brigadas absteniéndose de disparar, lo que ha provocado, entre los feligreses del señor de los twitters, una euforia de inseguridad de la que aspiran obtener beneficios.

Pocas semanas antes del atentado del que por fortuna salió ileso Fernando Londoño, le escuché a éste la siguiente frase, a propósito de los sesenta guerrilleros acribillados en las selvas orientales: “¡Eso no fue el Ejército, fue la FAC!”. Y la pronunció no diría yo que recriminando a la Fuerza Aérea —aunque casi pareció acusarlas de esquirolaje—, sino con una exaltación que exoneraba a las fuerzas de tierra de su deber de haber cumplido allí un papel. Raro eso, pero qué ficción interesante sería el logro de la paz como producto de una huelga de fusiles caídos. A la que tendrían que sumarse las Farc, obviamente.

Ya hablando en serio, sí se advierte mucha discordia, verbal apenas, aunque uno desde acá abajo nunca sabe, entre las distintas armas que conforman la institucionalidad castrense. Algo así como un choque —ya no de trenes, que eso es para las cortes–, sino de aviones y barcos contra tanques de guerra. Hasta el retiro del general Naranjo —que a lo mejor fue por cansancio o porque quiere asesorar gobiernos antes de que lo agarre la menguante de la despenalización de la droga—, adquiere el derecho a interpretarse como una baja producida por fuego amigo.

Y para cargar más la atmósfera de conjeturas, esta semana un comunicado de Acore, firmado por el general (r) Jaime Ruiz, produjo, con su redacción conspirativa contra el presidente, lo que suele llamarse un “ruido de sables”. No sería la primera vez que se sospeche que los militares en ejercicio, queriendo plantear sus desacuerdos con quien es su Comandante en Jefe, se valgan de sus superiores ya retirados. Es lo que en el argot callejero se llama “medirle el aceite”.

Importante destacar que Santos, a quien hace años no le pesaba la lengua para acusar de complicidades con las Farc al que ahora es su ministro de Trabajo, cuando el atentado contra Londoño Hoyos no incurrió en la ligereza de atribuírselo a esa organización. Es que ya de presidente está más obligado a saber dónde ponen las garzas. Su antecesor, en cambio, cuando llegó a la clínica a visitar a su exministro del Interior, pronunció el mismo discurso que guarda en el bolsillo desde hace diez años.

No es casual esta fermentación de intrigas, que se expresa justo cuando con cierta timidez se abre un horizonte de algo que este país lleva 60 años sin gozar, y que quizá por eso ya ni sabe en qué consiste, la tranquilidad. No es apenas lo que se discute en el Congreso lo que “desmotiva” a algunos sectores de las Fuerzas Armadas. Ni tampoco que se le prendió el bombillo a un presidente que quiere pasar a la historia, o ganarse un Nobel de Paz. Es más bien algo que se respira colectivamente, una especie de tedio frente al deporte nacional de arreglarlo todo a bala.

A lo mejor estoy equivocado con mis pálpitos pacifistas. De estar en lo cierto, sin embargo, es cuando más debemos cuidarnos. 

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