Salvando la democracia, maestros

Columnista invitado EE
10 de marzo de 2017 - 05:07 a. m.

Por: María González*

En esta época de postconflicto sírvase marcar con una X la manera como los colombianos debemos recordar el conflicto armado con las FARC y la paz pactada con ellos:  a. Como una amenaza terrorista encabezada por los narcobandidos de las FARC, y auspiciada por el castrochavismo, ante la cual claudicó este gobierno ilegítimo, amigo periodista.  b. Como una pelea muy triste entre hermanos que nunca debieron haberse enfrentado y que encontró su final ante el genuino anhelo de paz de todos, todos los colombianos. ¿Cierto, Tutina?   c. Como la victoria de nuestros héroes frente a los bandoleros comunistas quienes ante nuestra superioridad moral y militar se rindieron a nuestras impolutas instituciones. ¡Arrr! . d. Como la larga lucha revolucionaria de nuestro pueblo por la transformación de las estructuras opresoras encaminada ahora por una senda triunfal democrática. Saludo fraternal compañero. e. Como una guerra tonta que empezó porque les mataron unas gallinas a unos campesinos, y que se acabó con el Nobel de la Paz. Byee

Si usted eligió cualquiera de las anteriores opciones tiene motivos para preocuparse. Por lo pronto es recomendable que no vea noticieros, ni que escuche radio, puesto que ya está suficientemente desinformado.  Tampoco es recomendable que se devuelva al colegio a ver si aprende algo. Allí pudo estar el origen de todo. Me explico: En las escuelas desde hace mucho enseñan muy poco sobre el conflicto y violencia en Colombia, si nos atenemos a los lineamientos del Ministerio de Educación. Es más… me temo que en los colegios las escasas referencias a estos problemas han de ser metafóricas porque : 1) En el plan de estudios no se incluye como asignatura Historia de Colombia, solo sus fragmentos desperdigados o “transversales” (y cuando existía, era la historia heroica de las gestiones presidenciales);  2) En el currículo básico actual no se hace alusión explícita al conflicto armado interno, aunque si, aunque parezca raro, a una visión crítica de los procesos de paz ; y 3) En la Cátedra de la Paz es opcional enterarse de la guerra en Colombia: de sus lógicas, impactos etc. ¿No le parece increíble?  Así es, y no se lo habían contado.

En la escuela se privilegia un enfoque de la violencia y la guerra en Colombia como problemas de convivencia, (eso sí, delicados, pa’qué), por lo cual la formación en valores y actitudinal adquiere un lugar protagónico en la Educación para la paz. Desde esta perspectiva, la paz en general no es un logro social y político, sino que se convierte en una declaración o disposición ética y espiritual: “La paz es un derecho, somos uno, somos diversos, debemos evitar la guerra, debemos hablar, debemos respetarnos, debemos aprender, debemos entender” (Lindo, ¿cierto?). Asimismo, desprovisto de un contexto histórico, el conocimiento de los derechos humanos adquiere un sentido casi enciclopédico, y la guerra adquiere una connotación de “desviación”. Está mal y punto. ¿Necesita saber más?

El manejo esencialmente ahistórico del conflicto se corrobora aterradoramente en la recomendación dada por uno de los asesores de cabecera de la Cátedra de la Paz para llevar al aula el tema de La Violencia de los 50 y 60, a saber: estudiarla “como pretexto para hablar de la violencia entre compañeros”.  ¡Como si ambos fenómenos tuvieran las mismas dimensiones, la misma naturaleza u origen, las misma significación política y social, el mismo impacto! ¡Sagrado rostro!

Constituye un reto enorme y urgente sustraer a la escuela del ocultamiento de un conflicto armado interno de varias décadas y millones de víctimas… pero por favor, no llevemos el asunto del reconocimiento a un problema identitario o al terreno del duelo o el trauma. El imperativo es que la escuela brinde una información –formación histórica analítica (que no patriótica), que pueda contribuir a la formación de un ciudadano deliberante, que cuestione la narrativa mediática; la narrativa de los vencidos y los vencedores; la del inmaculado Estado atacado y la de sus héroes; la narrativa del horror de la guerra y la compasión como raseros de la verdad; pero también la de la guerra justa, los sacrificados, y las víctimas colaterales. 

La desinformación es un arma poderosa que reviste aún mayor peligro cuando es superficial o precario el conocimiento histórico de la realidad política y social. La desinformación es caldo de cultivo para el discurso emocional y la creencia acrítica, o dicho más claramente, para ir a votar berraco u obnubilado (añadiría yo). Aunque resulte paradójico para muchos enseñar el conflicto (y no sólo el armado) es salvar la democracia, maestros. Lo demás es demagogia de la paz, o de la guerra. ¡Revivamos nuestra historia!

*Investigadora Social
marianonimagonzalez@gmail.com

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