Entre mesas y entre copas

¿Se acabó el hechizo?

Hugo Sabogal
20 de agosto de 2017 - 06:30 a. m.

Si usted, igual que yo, va al supermercado a hacer las compras, habrá notado la increíble descolgada de precios en la sección de vinos.

¡Marcas españolas por debajo de los $12.000 y $14.000!

Y en algunos casos, al aplicárseles los descuentos de fin de semana, estos mismos vinos terminan costando menos de $9.000. Ni qué decir de las nuevas tiendas de bajo costo: desde su nacimiento venden una marca chilena por debajo de los $12.000 la botella.

Esto es algo nunca antes visto. ¿Menos que un jugo de mandarina?

¿No alegábamos que el impacto de la nueva ley de licores iba a poner los vinos importados por las nubes? La verdad es que sí los ha puesto, surge ahora un nuevo matiz.

Sucede que, para mantener el negocio a flote, los supermercados –principales canales en Colombia para la venta de estos productos– les han comenzado a apostar a los vinos de bajo precio. Aclaro: no son vinos que pequen por defectos en su elaboración. Son ligeros, frutados y correctos, respaldados por una innegable garantía de calidad para su franja de precio. Pero nada más.

El quid del asunto radica en que estas bebidas pagan menos impuestos frente a las de mayor complejidad, que, por su condición y cuidados, valen más. En esta franja, los bodegueros e importadores sí la están viendo negra.

Un informe realizado por este periódico, con motivo de Expovinos 2017, demostró que en efecto el mercado se ha modificado. Mateo Jaramillo Gaviria, administrador de la categoría de bebidas del Grupo Éxito, manifiesta que en la franja de los vinos de gamas superiores se registran incrementos de entre el 30 y el 40 % en los precios. “Son los más afectados”, señala. Y agrega: “Nuestro contraataque es tener unos vinos con valores de entrada de $9.900 a $13.900, para que la gente conozca la categoría, y se contrarreste, así, lo que está pasándole al vino en Colombia”.

Hasta finales del año pasado, miles de consumidores habían comenzado a crear una memoria olfativa y gustativa basada en vinos que exploraban nuevas variedades, nuevos orígenes, nuevos estilos y nuevas propuestas. Muchos paladares ya distinguían entre un Rioja y un Ribera del Duero; entre un vino costero de Chile y otro de altura, en las zonas altas de Mendoza; entre un italiano de Sicilia y otro del Piamonte.

A su vez, esta habilidad les ayudaba a descifrar las diferencias entre un café de la Sierra Nevada, en Santa Marta, y otro de Tierra Adentro, en Cauca. El valor de reflejar un terruño cuesta.

Por eso creo que el mayor despropósito de la nueva ley limita las posibilidades de elección del consumidor y echa por la borda un proceso de apreciación que, agudizado, nos hace valorar mejor un plato, un café, un cacao, una artesanía, una labor bien lograda, la capacidad de innovación de su creador y, en general, la vida.

Entre los grandes jugadores no se oculta el deleite derivado del nuevo giro. Si bien han reducido márgenes, los compensan con mayores ventas de. No así les ocurre a las decenas de pequeñas casas importadoras que se están viendo obligadas a cerrar operaciones porque no resisten la presión económica del nuevo escenario.

En un sentido más amplio, vemos cómo el hechizo de explorar nuestros sentidos se ha venido a pique.

La estrategia del bajo costo será buena para el bolsillo, pero no para nuestro afán de buscar y apreciar sensaciones diferentes y edificantes, que es, justamente, lo que la nueva ley pisotea.

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