Se enreda la pita

Francisco Gutiérrez Sanín
17 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

Mucho me temo que estamos viendo apenas la punta del iceberg de lo de Odebrecht. Apostaría duro a que saldrán más cosas. Y esto pone al presidente y a su coalición de gobierno frente a hechos cumplidos. Con registros bajísimos en los sondeos de opinión, Santos recibe ahora un golpe en el estómago que amenaza con quitarle el poco oxígeno que le queda. Aquí el meollo del asunto es político, no judicial, algo que ha sabido ver alguien como José Obdulio quien, curiosamente, también ha mostrado un poco de serenidad en medio de la sobrexcitación selvática de sus conmilitones ante el olor de la sangre.

Claro que los que más tienen que responder en esta, como en otras coyunturas, son los uribistas. Fueron ellos los que en el principio auspiciaron las licitaciones ganadoras de Odebrecht, ellos los que involucraron a la empresa en las campañas, ellos los que han comprado reelecciones a la luz del día. Entre 2002 y 2010 su equipo de gobierno atravesó todos los contornos del código penal, desde el cohecho hasta el homicidio, desde la conspiración para delinquir hasta la calumnia. Más aun, el asunto de los afiches millonarios de Odebrecht los involucra sobre todo a ellos, pues en 2010 se trataba de SU campaña. Cierto: ninguna acrobacia del Centro Democrático debería sorprender a estas alturas. Y el lector puede tener por seguro que ahora, cuando al fin ha encontrado un motivo para agitar eficazmente la bandera del pánico moral, no lo dejará ir. Pero si los uribistas parodian a Santos diciendo que afirmó que todo esto ocurrió a sus espaldas, ¿cómo pueden a la vez sostener que su caudillo ignoraba todos los crímenes que ocurrieron cuando estaba en la cúspide del poder? Si Charo Guerra sostiene que un mandatario no puede defenderse detrás de un velo de ignorancia —una hipótesis tan válida como cualquier otra—, ¿cómo entonces disculpará a Uribe de todos los crímenes que se cometieron bajo su mandato? ¿Cómo lo absolverá de la presencia de Gatas y otras fieras en sus campañas?

Tienen razón los del Partido Verde al expresar su amargura frente a lo que ha salido a la luz. Pero algunos de sus pronunciamientos plantean el problema desde otro ángulo distinto al de la indignación —por supuesto en este caso legítima, necesaria y sana—, que es también muy importante. ¿Cómo minimizar la probabilidad de que ocurran estos asuntos? Pues cualquiera que esté familiarizado con las campañas colombianas sabe que son el pan nuestro de cada día.

Si queremos aprovechar estas desgracias para mejorar y fortalecer la democracia, necesitamos aquí al menos una tripleta de actores. Primero, tecnócratas con buena imaginación reformista. Tengo que confesar que me ha deprimido la pobreza y la vaguedad de las declaraciones de algunos expertos que salen en televisión, y que en esencia proponen que nos portemos mejor. Tendría que haber algo más, un paquete de diseños institucionales que hicieran difícil y costoso incurrir en las peores prácticas corruptas. Segundo, un grupo multipartidista de políticos transformadores y con visión de largo plazo, capaces de promover cambios positivos. No esboce el lector una sonrisa escéptica: esas coaliciones se han formado en algunas coyunturas críticas en varios países, incluyendo a Colombia. Lo peor que puede suceder ahora es que interioricemos la lógica, tan popular entre nosotros, de la impotencia aprendida. Nuestra reforma del 2003, por ejemplo, que tuvo varios efectos positivos, fue una iniciativa parlamentaria protagonizada por líderes de diferentes banderías, que se dieron cuenta de que había que introducir cambios sustanciales en la lógica partidista. Y lo lograron hacer. Y en tercer lugar, presión ciudadana no contra los políticos (indispensables en cualquier sociedad democrática), sino a favor de ese conjunto de cambios; una presión ciudadana con músculo electoral, porque de lo contrario no contará demasiado.

 

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