Lo divino y lo humano

Se pasó de la raya

Lisandro Duque Naranjo
24 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

La expresión "narcoterrorista"  —con la que Álvaro Uribe hizo acribillar, o exiliarse, o esconderse a tanta gente durante sus dos períodos presidenciales— empezó a sonar trasnochada un poco después de que empezaran las conversaciones de paz en La Habana. Y desde luego la caducidad de su vigencia ya es completa luego de ocurrida la dejación de armas por parte de las Farc y de que el gobierno de EE.UU. desistió de considerar a esta organización como una amenaza para el continente. Algo ha cambiado el país, menos mal.

Le hacía falta, pues, al jefe del Centro Democrático —interesado principal en mantener al país al borde de la crispación—, estrenar letras y rotar el léxico, para “emberracar”, con zozobras inéditas, la insaciabilidad de las redes sociales y de los medios tradicionales, que cada vez se comportan como pitbulls enjaulados. Aún así, no era de esperarse que, para atentar contra la honra de un periodista, se sacara de la manga una falacia como la que lanzó al vuelo a través de un trino —que fue mas bien un graznido— contra Daniel Samper Ospina: la de que es un “violador de niños”. Ese es un estigma mucho más escalofriante que todos los usados por el expresidente contra quienes odia. Ahí sí cruzó la raya y está exponiendo a Samper Ospina a las consecuencias de una falsa denuncia cuya sonoridad es execrable, pues en el imaginario público remite a una afinidad capciosa entre el acusado y el episodio aquel que espantó a la opinión a finales del año pasado (el del infanticidio cometido por Rafael Uribe Noguera), para no aludir al escándalo de los curas pederastas y a ese clásico de la ignominia que es Luis Alfredo Garavito.

Obviamente Samper Ospina ha recibido una solidaridad casi unánime, que ha incluido a muchos de quienes él satiriza en sus columnas. Se puede, apenas pase este trago amargo, polemizar sobre ciertos giros de su estilo con los que escarmienta a algunos personajes de la vida nacional. A mí, por ejemplo, las burlas sobre Edward Niño me hicieron perder las ganas de seguir leyéndolo*. Y la alusión a la hija de la senadora Valencia fue inexcusable. A propósito, una pregunta a la doctora Paloma: ¿por qué se demoró tanto para denunciar al columnista en su momento y haber propiciado un debate necesario sobre la intocabilidad de ciertos seres vulnerables? Mire hasta dónde su tardanza hizo crecer esa impertinencia. E hilando más delgado, ¿no es acaso su jefe quien le ha dado rango de “violación” a lo que solo era un irrespeto al derecho a la intimidad de su hija recién nacida? Algo grave, sin duda, pero no mortal. Asociar esos dos extremos en la conciencia colectiva —que siempre juzga y, peor aún, procede según las apariencias— ha sido obra de Uribe, no de Samper Ospina. Por simple salud mental nacional, el país requiere que Samper Ospina no se permita la menor vacilación hasta lograr que la próxima cita del expresidente en la Fiscalía no sea propiamente para que le embolen otra vez los zapatos.

 

*Claro que también, para dejar de leer a los columnistas de “Semana” , bastaría la cantidad de propagandas que publican en la sección “on line” de esas páginas. Termina uno con tortícolis.

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