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¿Seguirá el carbón siendo el rey?

Mauricio Botero Caicedo
27 de marzo de 2011 - 06:00 a. m.

PRINCIPALMENTE A MEDIANO Y LAR-go plazo se van a sentir las repercusiones energéticas del terremoto y posterior tsunami en Japón.

Aparte de las trágicas víctimas, de los incalculables daños materiales y de las consecuencias de la radiación, la principal víctima de la hecatombe nipona va a ser la energía nuclear. A corto y mediano plazo no parece probable la construcción de nuevas plantas nucleares y es posible que se activen movimientos para cerrar plantas existentes, especialmente aquellas en las zonas de alto riesgo sísmico.

Pero la suspensión de las plantas nucleares nuevas y el muy seguro cierre de varias de las plantas existentes van a tener graves e importantes consecuencias en el balance energético mundial, especialmente en los países que son grandes consumidores de energías sucias. Dado que no existen a corto plazo alternativas para reemplazar la energía eléctrica generada por las plantas nucleares, no es difícil prever que el principal desenlace de los accidentes nucleares nipones será el aumento en la demanda de carbón térmico para suplir el déficit de producción de electricidad por parte de las plantas nucleares. Los mercados ya han descontado este aumento en la demanda y el precio del carbón se ha disparado. Para los productores de carbón, especialmente China, Australia, Estados Unidos, Sudáfrica y Colombia, es una excelente noticia, mas no para el medio ambiente: entre las energías sucias que generan más contaminación, el carbón está a la cabeza. (Los efectos sobre el petróleo a corto plazo del accidente nuclear van a ser menores, ya que la generación de energía eléctrica a partir del petróleo es marginal. Sin embargo, la merma en la producción de energía eléctrica nuclear va a dilatar el advenimiento del transporte híbrido y eléctrico y les va a permitir una vida mayor a los vehículos que utilizan gasolina o diésel como su principal combustible).

Para contrarrestar las regulares noticias en el campo ambiental existe una herramienta cuya implementación podría tener un impacto inmediato en los patrones de generación y consumo de energía: ponerle un precio al carbono, la receta que el exvicepresidente Al Gore (en reciente conferencia en Bogotá) solicita una vez más que se adopte a nivel mundial. En materia energética el objetivo es castigar la producción y consumo de energías sucias y no renovables, como el carbón y el petróleo y sus derivados; y de manera simultánea incentivar la producción y consumo de energías limpias y renovables como la hidráulica, la eólica y la solar. En el medio hay las energías no renovables pero bastante menos contaminantes, como el gas, y las renovables con algo de contaminación, como los biocombustibles. Para efectos de crear e implementar los castigos e incentivos correctos, el impuesto al carbono es un excelente mecanismo que logra colocarle un precio a la contaminación. Entre más sucia (y por añadidura no renovable) sea la energía, menos se le pagará al productor y más caro se le cobrará al consumidor. Por el contrario, entre más limpia y renovable sea una energía, más se le pagará al productor y menos caro tendrá que pagar el consumidor. Un impuesto al carbono bien diseñado es la herramienta idónea para poner a funcionar los castigos e incentivos que conlleven finalmente a quebrar la irracional adicción por las energías sucias no renovables.

Este columnista no puede ocultar que las posibilidades de que se pueda implantar a nivel mundial un impuesto al carbono no son muy altas. El poder de las grandes empresas de hidrocarburos, aunado al de los intereses creados en que se mantenga indefinidamente el consumo de energías sucias no renovables, hacen poco probable que a corto plazo se pueda pensar en ponerle un precio al carbono. Y mientras no se le ponga un precio a la contaminación, el carbón va a seguir siendo el rey, punto.

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