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Sensibilidad generosa

Ana María Cano Posada
31 de mayo de 2012 - 11:00 p. m.

Tres nombres me convocan este tributo a los seres de sensibilidad generosa. Sophie Calle, la artista; el Profesor Yarumo que acaba de morir, y Luis Alberto Álvarez, ser memorable que nos falta hace 16 años.

Sophie Calle entró sin proponérselo en el oficio en que la sensibilidad se expone. Lo hizo por seducir a su papá, que no creía en ella. Hasta ahí, nada significativo, pero sí el resultado del planteamiento: poner su vida al trasluz de la experiencia y mostrarla en una pared y unos cuadernos. Cree que es más exigente lo vertical y más considerado lo horizontal, que es la escritura. Su obra está expuesta en Medellín en el MAMM, y estará en Bogotá en el Banco de la República: se trata de tres momentos de su vida convertidos en removedor del barniz que tapa los sentidos. A unos ciegos les pide que describan la belleza y hace una fotografía del que responde y del objeto que escogió; Sophie Calle logra así un relámpago de comprensión. Por otro lado, en Estambul, una ciudad a la que el agua circunda, lleva a personas que nunca han visto el mar y las filma desde atrás, hasta que todas se voltean trayendo en su expresión el mar visto. Y por último cuenta una historia personal de dolor amoroso, traslapada con el de otras personas a las que encuentra en un recorrido extenso: una bitácora de humanidad que concluye que a todos nos duele lo mismo. Aunque ella se pregunta si es arte lo que hace, lo que sabe bien es que lo hace por necesidad.

Estos seres que despiertan la percepción y agudizan los sentidos en otros tienen un don para obrar sobre multitudes de despojados de sensibilidad. Sean artistas, maestros, compositores, críticos, escritores, consejeros, papás, o uno que otro personaje popular, consiguen sonsacar el alma allí donde se esconde, la descubren y encienden. Estos sensibles generosos son escasos e imprescindibles porque la percepción y la agudeza de los sentidos no son innatas y cada persona tiene que encontrar uno propio.

Fue en este mayo cuando murió otra sensibilidad generosa: el Profesor Yarumo, personaje entrañable como el árbol emblemático, y que su gracia era entrar con curiosidad y sentido común a las casas campesinas, recoger el saber intuitivo y trasmitirlo con emoción, que es como se vuelve indeleble un aprendizaje. Su veracidad y profunda utilidad, que alcanzó a través de la televisión, demuestran que los tutores pueden provenir de diversos orígenes. Como un rumor se oye su estribillo: “Allá arriba en aquel alto, donde nace una quebrada, había un monte muy bonito y el agua nunca faltaba...”.

Y llega otra vez a la memoria uno de esos seres que fueron dejando huella en los sentidos de tantos que estuvieron a su lado y que lo hizo de una manera tan natural que le producía gusto. Si era la música, quería combinar el barroco con el rock; si era el cine, quería romper el cerco de Hollywood y abrir nuevas visiones; si eran los niños, quería que disfrutaran en su casa con los gatos, con la pecera o con su colección de películas animadas; si era comer, disfrutaba como si la inventara cada vez; pero en lo que era cura de verdad era en sentir hermanos a todos los demás. Hace 16 años que no está con su enorme cuerpo presente, pero su alma sigue por ahí haciendo guiños. Así es de eterno Luis Alberto Álvarez, que nació el día de la música del año en que se terminó la Segunda Guerra Mundial. Él era uno de estos que sabían despertar percepciones en todos a su alrededor, en un mundo en el que los hipnotizadores cotizan al alza todos los días.

Gracias a todos estos dotados de sensibilidad generosa.

 

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