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¿Será mucho si pedimos lo mínimo?

Francisco Leal Buitrago
16 de agosto de 2015 - 03:42 a. m.

Hace tiempos que no había tanta noticia previa a esta clase de elecciones. Gran parte de las noticias critican la feria de avales que partidos desteñidos le dieron a todo mundo, aunque poco hablan de la inconveniencia de firmas para avalar candidaturas.

También se refieren a parentescos de cientos de aspirantes con figuras de la parapolítica y la corrupción. Sin embargo, pese a estas “alertas tempranas”, es difícil que se logre evitar que tengamos instituciones libres de este flagelo que corroe la política, particularmente en regiones con antecedentes criminales. Pero lo que parece inevitable no debe inhibir tales denuncias, y hay que persistir.

Este problema –que es histórico– se deriva del abandono en el que la mayoría de los gobiernos han mantenido a extensas regiones del país. De ahí la miseria en que se encuentra su población, excepto reducidas oligarquías regionales.

Con el crecimiento acelerado de la población y la consecuente urbanización a partir de la segunda mitad del siglo pasado –empujadas ambas por la violencia–, la miseria y la exclusión social se proyectaron hacia barrios periféricos de las emergentes metrópolis. Políticas sociales que hubiesen solucionado esa situación han brillado por su ausencia.

Las escasas reformas sociales efectivas han avanzado de trompicón en trompicón. Pero la tan anhelada paz con las guerrillas –incluido el Eln– quizás logre empujar a la sociedad hacia un mejor país, a pesar de las contradicciones del Gobierno. Por ejemplo, no es compatible que siga alabando el desastre de su política económica durante las pasadas vacas gordas, al tiempo que hace lo mismo con las actuales vacas flacas. En ello, ni el presidente ni su ministro se mosquean.

Volviendo a las dificultades para evitar el desastre electoral que se avecina, habría que recordar que casi toda la población marginada y excluida –que vive del rebusque– no son ciudadanos como tales, pues carecen de capacidad para cumplir con sus deberes y exigir sus derechos al Estado. Por eso son susceptibles de conformar “rebaños” arriados por caciques regionales y locales, mediante platos de lentejas con almuerzos y propinas, transporte gratis para sufragar, trasteo de votos, compra de jurados, repetidos fraudes y un etcétera interminable.

Esta situación no podrá corregirse sino con un sistema de partidos como tal, gobernantes pulcros y una aplicación efectiva de reformas aprobadas para “limpiar” instituciones públicas a todos sus niveles. Pero para impulsar lo anterior se requiere primero de una reforma tributaria estructural y de políticas sociales destinadas a generar una movilidad social ascendente y sostenible. Un control oficial eficaz a la calidad de la educación –en todos sus niveles– es una piedras angular que se requiere para ello. También, una política de educación ciudadana a nivel nacional –en todos los espacios públicos–, además de imponerla como cátedra obligatoria en instituciones públicas y privadas.

Como lo expresado no pasa de ser un sueño, ¿será mucho pedir a la oposición recalcitrante –al neocaudillo, sus secuaces y al procurador– que frene sus ataques al único esfuerzo oficial en muchos años para terminar con el conflicto armado interno? ¿No se han dado cuenta aún de que con estas elecciones seguirá la corrupción, la violencia, la inseguridad y ante todo esa pesada carga de crímenes contra la democracia que han alimentado sus cerebros?

 

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