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Sexo y moral

Mauricio García Villegas
21 de febrero de 2015 - 04:24 a. m.

En los orígenes del cristianismo el sexo no tenía mayor importancia. La esencia del mensaje de Jesús de Nazaret, dicen los teólogos, se resumía en dos ideas : amar al prójimo y prepararse, con la fe y el arrepentimiento, para la llegada del Juicio Final.

Pero todo cambió con el Concilio de Letrán de 1216, instalado en medio de las tinieblas intelectuales de la Edad Media. Allí se impuso la visión del apóstol Pablo, según la cual el cuerpo es sucio y enemigo del alma y el matrimonio es un remedio contra la fornicación. Desde entonces la moral empezó a girar alrededor del sexo, de la aversión por los placeres carnales y del menosprecio por las mujeres (salvo la Virgen pura). Una muestra evidente de ello puede verse en los llamados Penitenciales, unos libros que le ayudaban al confesor a medir el tamaño de la expiación que debía imponer a los pecadores y en donde más del 50% del texto estaba destinado a los pecados sexuales, descritos y clasificados con la minucia y el detalle del mejor libro erótico.

Las cosas empezaron a cambiar de nuevo hace poco más de un siglo, sobre todo en Europa, cuando la mayoría de los católicos empezó a descubrir la naturalidad del sexo y a no ver en ello contradicción alguna con el mensaje original de Jesús de Nazaret. Es por eso que hoy los principales filósofos morales estiman que el sexo no tiene más que ver con la ética que, por ejemplo, con el deporte, la alimentación o el ocio. La moral se ha vuelto más social y menos dependiente de la religión y la religión se ha vuelto más íntima y más ligada a la fe. Los grandes temas de la filosofía moral actual giran en torno al respeto: respeto por los demás, por la naturaleza, por los animales, por las generaciones venideras, etc. Esto ha hecho posible que muchas personas que no comparten la misma fe, compartan la misma moral.

Con todos estos cambios, el Vaticano y sus jerarcas han perdido el monopolio sobre la interpretación y el control de la moral. Pero, claro, han hecho todo lo posible por recuperar la tradición moral paulista de la maldad del cuerpo y de las pasiones, en lo cual han estado acompañados por centenares de organizaciones católicas tradicionalistas y radicales (incluyendo, en Colombia, universidades como la Sabana y periódicos como El Colombiano) que ven con preocupación y nostalgia cómo su religión pierde terreno y la sociedad tradicional se disuelve.

Todos ellos ganaron una batalla importante esta semana al lograr que la Corte rechazara, parcialmente, la posibilidad de la adopción por parejas del mismo sexo. El Vaticano y sus fieles radicalizados consiguieron imponer la idea de que la ciencia estaba de su parte, o por lo menos no estaba en su contra. Así lo hicieron cuando libraron batallas anteriores contra, por ejemplo, la masturbación, los anticonceptivos, el condón, el aborto y la homosexualidad, para no hablar, por supuesto, de su lucha contra la teoría de la evolución. En todos estos casos han utilizado argumentos “científicos” para respaldar asuntos que sólo tienen sustento en la religión; peor aún, que sólo tienen sustento en tendencias en el interior de su religión.

Estoy seguro de que, en el largo plazo, los católicos conservadores (también los cristianos conservadores), con sus universidades, sus periódicos y sus jerarcas, tienen perdida esta guerra contra el sexo. Para que eso ocurra no se necesita que se acabe el catolicismo, ni mucho menos, tan sólo que los católicos defensores de la moral del respeto, que hoy son la gran mayoría, logren recuperar, para la Iglesia, la moral que existía en los orígenes del cristianismo, antes del Concilio de Letrán.

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