Por: Piedad Ortega, Profesora de la Universidad Pedagógica Nacional
La paz se inscribe en un proyecto de formación que nombramos como pedagogía de la memoria social, individual, colectiva e histórica. Una pedagogía que se construye en un diálogo a tres voces entre el tiempo, el espacio y la narración de las víctimas, por ello necesitamos asumir estas proclamas en la sociedad colombiana: ¡Nunca Más! y ¡Basta Ya! de violaciones a los derechos humanos, de violencia política y de vejámenes a la dignidad.
Insistimos, ¡Basta Ya! de tantos jóvenes, niños, maestros y maestras, líderes, activistas, campesinos arrebatados por la violencia. Esta violencia que los acosa y asecha. Violencia que ataca y estruja, que les carcome sus ilusiones. Varias generaciones de colombianos atrapados por la monstruosidad de la violencia. Una violencia despreciable y desgarradora.
Es por ello que la paz en estos tiempos nos demanda pensar en la forma en qué se construye cultura política y agencian procesos de formación, los cuales en las circunstancias actuales están permeados por situaciones deshumanizantes, presencia de una ética erosionada y permanentemente una cotidianidad de desresgulación política. Estas dinámicas abren un caleidoscopio de tensiones, problematizaciones y potencialidades en el que los sujetos le otorgan nuevos sentidos a su existencia. En esta perspectiva situacional son subjetividades importantes de pensar de manera diferenciada según el género, las condiciones materiales, las configuraciones etáreas, las expresiones étnicas y generacionales, entre otras distinciones, en tanto, los contextos sociales actuales se construyen en el marco de una compleja trama de experiencias que, vistas a la luz de los cambios sociales contemporáneos, han ido transformando la búsqueda y significado de las posiciones ético-políticas de los sujetos.
La escuela, la universidad, el barrio, el sindicato, la calle, como lugares de memoria, como territorios de experiencias biográficas y transmisoras de un pasado reciente, posibilita resignificar la presencia de las múltiples voces silenciadas por las historias oficiales, reconocer el lugar de las víctimas y otorgarle visibilidad desde las narrativas testimoniales.
Afirmamos que la historia del conflicto armado colombiano está ausente en los textos escolares, en los programas pedagógicos, en los currículos y políticas educativas, lo cual implica exigir que se enseñe esta historia, que se haga memoria, que se lea la literatura existente en nuestro país sobre la violencia política.
Hoy tenemos un requerimiento histórico en Colombia expresado en esta demanda: ‘No queremos una paz anémica, aséptica, amnésica, llena de anestesia y afásica. Necesitamos una paz luminosa, vinculante, solidaria y responsable. Productora de narrativas testimoniales. Una paz que baile al ritmo de la democracia y de la libertad. Una paz que se escriba con la palabra dignidad. Este es nuestro tiempo, el tiempo de la paz’.
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