Publicidad

"Si pudiera, me votaría a mí mismo"

Cecilia Orozco Tascón
06 de noviembre de 2012 - 11:00 p. m.

Aunque lo que hace él con sus amigos oscurantistas, sus senadores aliados, sus compinches en la Corte Suprema, en el Consejo de Estado y en la también contaminada Corte Constitucional, daría para que se creyera que la frase que sirve de título a esta columna fue pronunciada por Alejandro Ordóñez, increíblemente no es suya.

Pero lo retrata de cuerpo entero. El procurador, a pesar de que se jacta de su valentía, no tiene el coraje de pronunciar en voz alta lo que reconoció Cristiano Ronaldo en su vanidad, cuando le preguntaron por el futbolista que debería ganarse este año el Balón de Oro. Ronaldo obtuvo el galardón en 2008 y como desea reconquistarlo, confesó lo que le dictó su superego. Para infortunio de Colombia, el jugador que está en nuestra cancha no posee la calidad de Ronaldo ni respeta las reglas del torneo.

Ordóñez no tiene límites. El cuento ese de que hay que reelegirlo porque es el “adalid en la lucha contra la corrupción”, no pasa de ser un eslogan de campaña repetido tantas veces, que los despistados han creído que es verdad. Nada más falso. El término corrupción no abarca solo el delito de saqueo de los dineros públicos como bien lo resaltó en una de sus columnas DanieAlel Samper Pizano —“de fanático a corrupto”— refiriéndose al caso del procurador. Es corrupto el que utiliza el poder sancionatorio que le ha sido delegado, para destituir a quienes representan un espectro ideológico distinto (Piedad Córdoba). Es corrupto el que castiga a un exalcalde dizque por participación en política (Alonso Salazar) pero se queda callado cuando el presidente de la República interviene en la convención de un partido. Es corrupto el que solicita el archivo de las investigaciones de sus amigotes (los parapolíticos Mario Uribe, Javier Cáceres, Mauricio Pimiento, Álvaro Araújo) o el que nunca les abre procesos a sus compañeros de cofradía (los conservadores del escándalo de la Dirección de Estupefacientes). Es corrupto el que dispone de los cargos oficiales con salarios millonarios del Ministerio Público para agenciar sus intereses personales, familiares y grupales. Es corrupto, en fin, el que compra votos y el que trafica o permite que trafiquen influencias.

Por donde se le examine, la reelección de Alejandro Ordóñez está contaminada de corrupción. Y de cinismo. Los miembros de esta penosa Corte Suprema de hoy; los magistrados de las otras cortes que aprovechan la inmoralidad general; las cabezas de los otros órganos de control que siguen los pasos del procurador e imitan sus abusos como si ellos estuvieran a salvo del control social y, sobre todo, el jefe de Estado que anda escondido como en la época de la reforma a la justicia, todos aquellos que han participado en esta farsa grotesca de la selección del titular de la Procuraduría General para el período 2013-2016, no pasarán desapercibidos para la crítica libre. El presidente Santos cumplió con su parte de la obra teatral lanzándole a los lobos a María Mercedes López y no va a mover un dedo por ella. Su postulación es otro capítulo del montaje que quiere darle visos de legalidad a un acto ilegítimo. Ordóñez debería responder si es cierto que políticos conservadores de Antioquia le consultaron, a nombre del mandatario, su opinión sobre la candidatura de la magistrada, 20 días antes de que Santos la anunciara. Y si esto es así, López tendría que renunciar antes de la sesión que el deudor del procurador, Roy Barreras, presidente del Senado, está preparando para bajar con aplausos el telón. Renuncie, doctora López, a una postulación de papel y deje que voten por Ordóñez sin terna. Descúbralo a él y a sus cómplices. Si se arriesga, la historia que los condenará cuando se les acabe su pequeño reinado, la absolverá a usted. De lo contrario, quedará como uno de ellos.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar