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Sida, promiscuidad y activismo

Mauricio Rubio
10 de septiembre de 2015 - 04:23 a. m.

Hace dos décadas Gabriel Rotello, periodista gay, criticó al activismo por negar los vínculos entre algunas conductas y la epidemia del VIH.

“¿Por qué le ocurrió el Sida a los gays? Para la comunidad, por la homofobia y el descuido social y gubernamental. Pero la evidencia muestra que hubo cambios fundamentales en los hábitos sexuales, en el número y tipo de parejas”. Nuevos comportamientos llevaron al contagio masivo del VIH, un virus realmente difícil de transmitir. “Los investigadores llaman ‘núcleos’ o ‘grupos de riesgo’ a los colectivos que sufren de y propagan Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) a tasas mucho más altas que el resto de la población. Los núcleos comparten varios factores. Primero y sobre todo, la gente dentro del núcleo tiene un número significativamente más alto de parejas que los de afuera”. Se generalizó el sexo anal, intercambiando roles, con relaciones entre personas infectadas y otras fuera del núcleo. “El Sida fue una epidemia que se favoreció con la práctica de tener un gran número de parejas… La existencia misma de estos grupos ha sido enfáticamente rebatida por los activistas. Esta es una defensa entendible contra la culpa, pero es peligrosamente engañosa”, concluye Rotello.

El VIH no tiene que ver con la orientación sexual. Como cualquier ETS, depende ante todo de la promiscuidad. Por eso, las prostitutas, las trans y los gays han sido tan afectados. En los años setenta, uno de cada tres gays norteamericanos reportaba haber tenido mil o más compañeros sexuales. Tony proclama que los suyos “podrían llenar el Radio City Music Hall”. La prevención del Sida se ha complicado por esos núcleos hiperactivos, que incluyen seropositivos callados, diluidos entre homosexuales engañados por el dogma militante que el preservativo basta. Cualquier riesgo, por ínfimo que sea, aumenta con el número de exposiciones al peligro. Aún con condón, una sola pareja implica menos chance de contagio que diez, cien o mil.

Corroborando a Rotello, el activismo local libera de responsabilidad al colectivo gay. El exdirector de Colombia Diversa imputa el VIH a fallas estatales y sociales, pero de promiscuidad, ni pío. Para él, un médico que hace preguntas, como es el protocolo con cualquier epidemia, “transforma el consultorio en un confesionario”.

La opacidad resultó costosísima para los mismos gays. Según un estudio publicado en Epidemiologic Reviews, en Colombia 20 % de ellos tienen el VIH. Encima, precauciones elementales se han relajado: 27 de 58 gays entrevistados para una investigación de la Universidad Nacional “asumen el riesgo de tener relaciones sexuales sin preservativo con personas que no conocen”. Este dato contrasta con una guía del Ministerio de Protección Social que alude al “erróneo imaginario colectivo que el VIH ha sido contraído en prácticas sexuales descontroladas… (con) actos sexuales irresponsables”. El diagnóstico políticamente correcto es otro: “la vulneración de los derechos humanos es el principal combustible que atiza el perfil de la epidemia”. La prevención se garantiza “generando espacios para el ejercicio de una sexualidad plena y en libertad”, superando la “falsa creencia que la fidelidad protege de la infección por VIH”. Al lograr que una publicación oficial disocie la promiscuidad del contagio de una ETS, el activismo muestra que es poderoso, capaz de evadir responsabilidades y, en últimas, sacrificar jóvenes gays.

A los nueve años mi hija llegó del colegio contando que ya no sería actriz pues podría “caerle el Sida” por darle besos a los actores. Unas cuantas jóvenes prostitutas bogotanas, tal vez vírgenes, ofrecen sólo sexo anal y lo hacen sin protección, como pensando que el condón es contra los embarazos. De ese calibre es la confusión sobre el VIH en Colombia. La militancia logró socializar el Sida, fantasear con un preservativo 100 % seguro y silenciar las secuelas de la promiscuidad. Así, se redujo mañosamente la percepción del riesgo de personas sexualmente hiperactivas con múltiples parejas y se infló la de principiantes y mujeres educadas.

“La idea es prevenir infecciones de transmisión sexual y embarazos no deseados” aclara la noticia sobre dispensadores de condones en Bogotá, como si fueran contingencias comparables de una población homogénea. Es deplorable que un dispositivo históricamente utilizado por personas promiscuas para evitar enfermedades venéreas, terminara convertido en la protección más recomendada contra el embarazo adolescente. Ese podría ser otro daño colateral del activismo gay, empeñado en retorcer la evidencia y lavarse las manos para culpar al gobierno, la religión y la sociedad de sus males, incluso aquellos que, como el Sida, dependen de decisiones individuales.

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