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Simplemente liberal

Ramiro Bejarano Guzmán
01 de diciembre de 2012 - 11:00 p. m.

Una cosa es ser liberal, honor al que no se renuncia, y otra bien diferente es tener que seguir militando en ese partido, plagado de indoctrinarios y piratas del poder, que sin ningún pudor, al sumarse a la tramposa reelección del procurador Ordóñez, escribieron la más penosa página en la historia de una colectividad que en otros tiempos llenaba de orgullo a sus correligionarios.

Se les olvidó a los conspicuos senadores liberales la ideología que dicen representar, o mejor, la vendieron a cambio de unos cuantos puestos o para asegurar una que otra decisión absolutoria de un alcalde o de ellos mismos. Apoyar a Ordóñez fue una herejía liberal imperdonable, que con su inexplicable silencio han avalado la mayoría de los jefes naturales del partido.

El liberalismo es una corriente doctrinaria que se funda en el respeto de los derechos ajenos, la tolerancia, la libertad de cultos, las reformas agrarias y urbanas, los derechos de los desposeídos, de las minorías y las mujeres, los valores democráticos y muchos otros factores civilistas y progresistas. Los liberales creemos en el derecho a la huelga, apoyamos los sindicatos, y repudiamos todas las formas de concentración de poder en una sola persona. El flamante procurador es todo lo contrario de ese ideario y ello no era un secreto para quienes lo reeligieron en medio de la más escandalosa manguala financiada con la nómina de la Procuraduría.

Muchos de los parlamentarios liberales sacan pecho con la Ley de Víctimas y de Tierras que impulsaron, pero que de nada ha servido, porque anda extraviada en una dilatada reglamentación que ha impedido que haya verdad, justicia y reparación para los millones de afectados durante todos estos años de conflicto interno. Pero hay que decir la verdad, el liberalismo dejó de ser el meridiano de los grandes cambios sociales y desapareció del ejercicio de la vida política, porque hoy es una pieza más del Partido de la Corrupción, el único que funciona, porque congrega y agencia los mezquinos intereses de unos políticos que les da lo mismo ser rojos, azules, verdes, naranja, con tal de tener burocracia, contratos y nóminas oficiales.

La equivocación de reelegir a Ordóñez es peor que la de haberlo nombrado hace cuatro años, porque ahora ya se sabía a quiénes ha perseguido o absuelto y en qué tono ha ejercido una Procuraduría inspirada en el verbo intolerante y retrógrado de Pablo Victoria y Fernando Londoño Hoyos, amos y señores del Ministerio Público.

Ninguna credibilidad pueden merecer los parlamentarios liberales que en secreto votaron por Ordóñez, y al día siguiente salieron a lavarse las manos promoviendo una reforma para que no se reelija en el futuro al procurador, dizque para garantizar la autonomía. Si sabían que reelegir al jefe del Ministerio Público afecta su independencia, ¿por qué, entonces, lo reeligieron?

No me cabe duda alguna de que a los parlamentarios liberales les debe importar un comino que un columnista liberal que jamás ha hecho política activa, tome la decisión de hacerse a un lado de ese partido desgastado y prostituido en el que alguna vez creyó. Allá ellos. Ya les llegará la hora de que el pueblo les cobre en las urnas la imborrable traición de la que son responsables. En lo personal, siento un alivio en mi conciencia de alejarme de esa tribu, por lo menos hasta cuando esa corruptela siga siendo el norte de mi partido, pero que no se equivoquen, pues seguiré siendo liberal, porque como dijera Alberto Lleras, para serlo “no hay que pedirle permiso a nadie”, menos a unos senadores que hace tiempo dejaron de ser liberales.

Adenda. Pónganse de acuerdo. No se entiende cómo mientras Santos dice que no ha cumplido el fallo de la Corte de La Haya, el destacado internacionalista Rafael Nieto Navia, uno de los abogados contratados dizque para asesorar al Gobierno, declara a los cuatro vientos que la espuria sentencia ya se ejecutó.

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