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Sin abejas no hay frisoles

Ignacio Zuleta Ll.
06 de mayo de 2013 - 10:25 p. m.

Si las abejas, organizadas como suelen serlo, cobraran por sus servicios de polinización, habría que pagarles el equivalente a miles de millones de euros en salario.

Pero las abejas están desapareciendo y el sistema económico imperante, bastante ciego en su codicia y arrogancia, no puede concebir que para nuestra adecuada supervivencia como especie dependamos de un insecto. Y sin embargo así es. La tercera parte de los cultivos que nos alimentan dependen de las abejas y de otros polinizadores hoy en peligro.

Desde hace unos años el fenómeno llamado desorden del colapso de las colonias (CCD, por sus siglas en inglés) ha diezmado más de la mitad de la población mundial de abejas. Por supuesto, hay alarma en Estados Unidos y en Europa. Si el 75% de los cultivos del mundo dependen de los polinizadores, si estos se extinguen, desaparecerían cientos de legumbres, frutas y verduras. No habría suficientes frisoles, almendras, mangos, café, aceites vegetales, papayas, ahuyama, tomates y cacao, por ejemplo.

¿Qué está acabando con las abejas? Los factores son múltiples; pero hay unos obvios, anunciados hasta el cansancio: las malas prácticas agrícolas, la ganadería extensiva, los monocultivos, la deforestación, el cambio climático, los parásitos y, sobre todo, el uso de pesticidas de los llamados neonicotinoides. Sobre este último factor, hay movimientos globales en las redes sociales e incluso iniciativas gubernamentales para prohibir este tipo de tóxicos: matan a las abejas o afectan su sistema nervioso y su desempeño. El activista de Green Peace Matthias Wuttrich afirma: “La dramática disminución de las abejas es sólo un síntoma de un sistema agrícola fallido basado en el uso intensivo de químicos, que sirve a los intereses de poderosas corporaciones como Bayer y Syngenta (...). Tenemos que adoptar urgentemente la agricultura ecológica moderna...”.

Como siempre, las abejas trabajan y los zánganos se lucran.

En Colombia, los investigadores están tratando de ponerse al día y luchan para que el Gobierno escuche la voz de alarma. El Departamento de Biología de la Universidad Nacional y el Instituto Humboldt, entre otros, se han dedicado al tema con ahínco. La desaparición de las abejas en el país está sin diagnosticar cabalmente. Nuestros agricultores, en general ignorantes y empíricos —cuando no de mala fe en el caso de las grandes empresas agrícolas—, son amantes de los agrotóxicos, tumban monte y desconocen el servicio de polinización ofrecido por la fauna silvestre o por las abejas, así como su importancia económica.

La destrucción o contaminación del hábitat disminuye la posibilidad de polinizar los cultivos, y amenaza la seguridad alimentaria. Y como sabemos que no habrá paz con hambre, quizás ahora que estamos buscándoles destino a los potenciales desmovilizados de los diálogos, deberíamos recordar que nuestra biodiversidad incluye a las abejas, y su cultivo ha sido milenariamente fuente de trabajo y riqueza tangible e intangible.

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