Sin amenazas es mejor

Nicolás Uribe Rueda
16 de junio de 2017 - 09:00 p. m.

Aunque parece una verdad de Perogrullo, hay quienes parecen no comprenderlo todavía: el proceso de paz es irreversible. Sí, señores, no tiene vuelta atrás. Sin embargo, esto es así no por las razones que con frecuencia esgrimen algunos de los arquitectos de una complejísima institucionalidad derivada de los acuerdos con las Farc ni mucho menos por cuenta del blindaje jurídico que se dice tienen las más de 300 farragosas páginas del famoso acuerdo. El proceso es irreversible, simplemente, porque después de cinco años de conversaciones y de algo más de seis meses de libertad sin restricciones en Colombia, los jefes de las Farc, así lo nieguen, e incluso amenacen constantemente con hacer precisamente lo contrario, nunca volverán al monte. Y ciertamente, desde esta perspectiva el proceso es exitoso. Años con sus noches durmiendo en cama con colchón, agua caliente, cámaras y entrevistas, atención médica, repelente para los mosquitos, reuniones con ministros, presidentes, líderes internacionales, vivir sin la sensación de estar huyendo y demás, lograron poner también su granito de arena para persuadir a los mayores criminales de la historia de Colombia de no volver a tomar las armas. Es que, ciertamente, no debe ser fácil para ellos abandonar la idea en la que están según la cual los jefes guerrilleros son la esperanza de Colombia y sus nuevos y promisorios líderes morales. Bajarse de ese pedestal, para volver a las botas y andar corriendo de madriguera en madriguera ante el sonido de las balas y las bombas, no es ya una opción.

Así las cosas, algunos fanáticos del proceso deberían dejar de declararse ofendidos y en alerta máxima cuando la sociedad reclama, y más recientemente también Estados Unidos, que es necesario que la parte que corresponde a las Farc se cumpla sin ambigüedades y que de no ser así se proceda con las consecuencias que contempla el propio acuerdo. Pero hemos visto ya que la sensibilidad sobre la paz es de tales dimensiones que para los aduladores del proceso hablar de las mentiras de las Farc y de los problemas reales del acuerdo equivale a hablar mal del Gobierno o a querer la guerra; así como exigir de las Farc la entrega de niños, rutas, armas, caletas y demás suena a vocería de los enemigos de la paz. Tremenda equivocación. Minimizar los abusos de las Farc es grave ahora y lo será más tarde, cuando entre a operar la JEP o cuando participen con partido activamente en la política electoral.

Los operadores institucionales, que en su mayoría apoyan el acuerdo con las Farc, no pueden perder su independencia por cuenta del miedo que provocan las declaraciones de las Farc, que anuncian su retorno a la guerra cada vez que el Estado se pronuncia en un sentido ligeramente diferente al que dictan sus aspiraciones. Si se dejan contagiar del miedo al escarnio público que produce el “matoneo” a quienes se apartan del decir bien, que ahora parece que consiste en decir bien de las Farc, terminarán por pavimentar el fracaso del proceso y hacer tan breve su blindaje como el tiempo que duren en posiciones de poder quienes participaron de la negociación con este grupo guerrillero.

Lean bien las encuestas: la gente quiere la paz, pero no le cree a las Farc y las Farc no volverán a sus trincheras.

@NicolasUribe

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