Publicidad

Sin embargo todo puede cambiar

Eduardo Barajas Sandoval
23 de diciembre de 2014 - 02:00 a. m.

Cuba y Estados Unidos no han dejado de vivir una relación de afecto y encono.

Las relaciones entre los dos países han sido tan estrechas, a pesar de la separación de medio siglo, que como hermanas apartadas temporalmente por el destino siguen pendientes la una de la otra, así se recriminen a cada rato por el rumbo que tomaron. Es como si una se hubiera casado con un profesor iluso y romántico que luego se volvió egocéntrico y la otra con un industrial que comenzó valorando las cosas con el corazón y luego se convirtió en un millonario despiadado.

La Habana fue, y tal vez sigue siendo, la gran capital hispana del Caribe. Cuando la euforia del capitalismo alojado por los Estados Unidos resolvió convertirla en una especie de serrallo, en lugar de seguir la ruta apasionada y romántica de Hemingway, alguien se tenía que rebelar, y ese fue Fidel Castro, que de paso se convirtió en símbolo de esa rebelión contra los abusos de una versión abusiva del turno de las Américas en la historia. Entonces fue bueno que al menos un latinoamericano desde el poder en su país, y no huyendo de las dictaduras de la época, denunciara los abusos del imperialismo.

El efecto de la insurrección fue tan significativo que si bien ningún otro revolucionario llegó por la misma época al poder, todos terminamos al menos por perderles el miedo a los gringos. Si quieren una prueba, hay que ver lo que pasa ahora en las cumbres de las Américas, que en nada se parecen ya a las de la Comunidad Británica con todos los Jefes de Estado felices de rodear al soberano de la potencia colonial. Porque se acabaron las épocas de la primacía irracional del país del norte, invadido ahora de comida latina, por decir lo menos, y representado con frecuencia en las discusiones sobre el destino de las tres Américas por personas que tienen más sangre latinoamericana que de cualquier otra.

Hoy resulta claro que estaban equivocados quienes pensaron en Washington que podían ir atrevidamente más allá de los ideales fundacionales de la gran nación norteamericana para considerar al resto del Continente, mucho más grande y variado, como su patio trasero. Faltaba que en la potencia del norte llegara al poder un presidente que representara algo distinto, y que tuviera el coraje de dejar de decirse mentiras, para tratar el tema de Cuba con mejor sentido histórico, sin el miedo que se estaba volviendo tradicional a los inmigrantes cubanos que solamente se tranzarían por la caída súbita del régimen castrista para dar paso a un nuevo capitalismo bananero todavía inédito.

El anuncio de la semana pasada, que informa de la restauración de unas relaciones normales de respeto dentro de la diversidad, no significa, aunque algunos crean lo contrario, que Cuba se vaya a plegar a la carrera al capitalismo y mucho menos que Obama se haya vuelto comunista, como son capaces de argumentar los radicales de la derecha perdida, mas no los conservadores prudentes, que aguardan el desarrollo nuevo del proceso. Pero si bien es cierto que desde el punto de vista político las cosas no van a cambiar súbitamente, desde el punto de vista económico es la isla la que de manera prácticamente inevitable entraría en contacto directo con un mundo nuevo, y no al revés.

Una cubana nos dijo una vez en un bar extravagante de Shanghái, con una pinta de Tsingtao en mano, que esa era una de las dos cosas que le gustaban del capitalismo. Cuando le preguntamos cuál era la otra, nos dijo que todo lo demás. Tal vez era la fantasía del bienestar. La misma que produjo en la Albania comunista el efecto devastador del sistema que no llegaron a producir los temidos invasores yugoslavos que jamás llegaron pero obligaron sí al camarada Enver Hoxa a construir en campos y caminos millones de mini bunkers con huequitos para sacar la punta de las ametralladoras que usarían los héroes de la defensa nacional.

El futuro acerca a los cubanos a nuevos dilemas que los pondrán a oscilar entre la simbología del “confort revolucionario”, dentro de la sencillez y la austeridad, y la capacidad avasalladora de los catálogos llenos a la vez de basura y de bienes atractivos que marcan una diferencia entre el estado de la tecnología en los años cincuenta del Siglo pasado, cuando ellos seguía enganchados al tren, y la de hoy. La clave será la dosis de acceso a los medios de comunicación, que por la ventana de los celulares les permitirá asomarse a ese otro mundo y asociarse en nuevas causas desde el relativo anonimato que ya ha producido tantas consecuencias en otras partes del mundo.

Los cubanos de los Estados Unidos le exigen lealtad a Obama como si fuera su obligación servir excluyentemente a los intereses de ellos. Orondos y opulentos, con más odio hacia Fidel que ganas de que todo cambie, claman porque sus propios hermanos en la isla sean llevados prácticamente al extremo del hambre y se mantengan apartados del mundo, hasta que los Castro se caigan solos o empujados como los jefes comunistas de la Europa Oriental, para que entonces sean ellos quienes dicten, desde su cómoda condición, lo que se deba hacer. Pero son los republicanos, con su mayoría en el Congreso de la Unión, quienes tienen en la mano la llave del verdadero cambio, que no es otra que el levantamiento del embargo. Porque sin embargo todo puede cambiar.

 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar