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Siria sin final feliz

Santiago Villa
03 de septiembre de 2013 - 06:55 a. m.

Ninguna de las opciones en el panorama de Siria es ventajosa para su población.

 Estamos en una situación muy distinta con respecto a la semana pasada, cuando los bombardeos liderados por Estados Unidos parecían inminentes. La Cámara de los Comunes, en Gran Bretaña, se aseguró de que la acción bélica, que era prácticamente un hecho, sea convirtiera en el talón de Aquiles de Barack Obama; y que ahora tiene expuesto por un inminente voto en el Congreso contra los Republicanos que quieren su cabeza, y contra los Demócratas que quieren prudencia. Ojalá pierda.

Si Obama pierde, como perdió David Cameron, el primer ministro de Gran Bretaña, esto les obligaría a los mandatarios de Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, a pensar con cabeza fría y tiempo extendido su estrategia, pues llevan dos semanas poco menos que atornillando ellos mismos las bombas a sus aviones y afianzando los misiles Crucero a sus buques de guerra.

No hay afán. La intervención militar no va a mejorar las condiciones de la población siria, que seguirá atrapada en una aberrante guerra civil. La intervención tampoco garantiza que Bashar al-Asad y su hermano, una suerte de psicópata que aparentemente está tras los ataques, no volverán a emplear armas químicas. Lo más probable es que los bombardeos empeoren la situación de los civiles, pues el régimen responderá brutalmente a cualquier intervención, y posiblemente, como sucede casi siempre en este tipo de operaciones, algunas bombas caerán donde no debían caer.

Una intervención militar abre demasiados callejones de incertidumbre, y si el objetivo ni siquiera es derrocar a Bashar al-Asad, sino simplemente darle una palmada explosiva por haber utilizado armas químicas en Damasco (crimen del que apenas ahora comienzan a surgir las primeras evidencias, pero según informes de inteligencia franceses, y no gracias a una investigación independiente), pues el efecto inmediato será añadir un elemento desestabilizador adicional.

Las pruebas son débiles, los objetivos son inciertos, los desenlaces son, todos, indeseables. ¿Entonces para qué intervienen?

Los cínicos dicen que para proteger a Israel. Los aficionados a la real-politik que para enviarle un mensaje a Irán. Los ilusos que para hacer respetar la prohibición internacional contra el uso de armas químicas. Los ingenuos que para ponerle fin a la guerra en Siria e impedir que Bashar al-Asad siga masacrando a su población.

Yo soy uno de los ilusos. En algún momento supuse que la intervención tendría el propósito, o al menos la utilidad, de apoyar la legislación internacional que prohíbe el uso de este tipo de armas. Una conversación con un cínico me hizo cambiar de opinión (sin convencerme de la suya), y también el voto en contra que hizo la Cámara de los Comunes en Gran Bretaña.

Todavía creo que debe determinarse si el régimen sirio estaba tras los ataques, y que el mundo merece mejores pruebas que las que se han publicado. Sin embargo, no considero que la consecuencia para el régimen deba ser una intervención armada inmediata. Por lo pronto, debería denunciarse el hecho ante la Corte Penal Internacional y las Naciones Unidas deberían agotar todas las instancias y los procedimientos de rigor. Faltan muchos pasos antes de poder realizar una intervención armada con legitimidad internacional, si es que algún día llegase a existir.

Mientras tanto la guerra en Siria se extenderá, los rebeldes o el régimen obtendrán ventajas bélicas, las potencias occidentales seguirán apoyando a los rebeldes, Rusia y China seguirán ayudando al régimen, y en este espiral de violencia los civiles serán los más perjudicados.

Esto hiere nuestro sentido de la justicia, pero no hay nada que, por el momento, pueda aportar una intervención extranjera que vaya más allá de la mera diplomacia. Siria está muy lejos de un final feliz.

Twitter: @santiagovillach

 

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