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Sobre contrastes y lecciones

Juan Carlos Botero
10 de noviembre de 2011 - 11:00 p. m.

El contraste salta a la vista: de manera casi simultánea dos guerrilleros (bueno, uno ex y otro en ejercicio) ocupan las primeras páginas de los medios, pero mientras uno figura porque es abatido en la selva, el otro sobresale porque gana las elecciones del segundo cargo más importante del país y queda posicionado, además, para quizás algún día ocupar el primero.

Pocas veces en la historia ha quedado una lección política expuesta en forma tan gráfica. A los pocos días de que Gustavo Petro ganara las elecciones por la Alcaldía de Bogotá, Alfonso Cano, número uno y líder ideológico de las Farc, era ultimado a tiros en las selvas del Cauca.

Abundan semejanzas en ambos casos, y también diferencias. Dos intelectuales de clase media, frustrados con el balance del Estado colombiano, convencidos de que la única forma de promover la justicia social y el cambio político para construir un país más decente y equitativo era mediante las armas, se marginaron de la sociedad, desafiaron al establecimiento e ingresaron en la guerrilla. Petro militó en el M-19 y Cano en las Farc. Ambos estuvieron en la cárcel y ambos tuvieron la oportunidad de renunciar a las armas y reintegrarse a la sociedad. La gran diferencia es que, ante esa encrucijada, Petro optó por la reinserción y se sometió al proceso de paz firmado por Virgilio Barco en Santo Domingo, Cauca, en 1990. Cano, en cambio, insistió en la lucha armada. Hoy es claro quién tuvo la razón.

Es una moraleja llena de ironías. La primera es que el Cauca fue un escenario definitivo para ambos. Para Petro, allí culminó su lucha armada. Para Cano, allí culminó su vida.

Pero hay otra ironía aún más relevante: las Farc acusaron al M-19 de traicionar los ideales revolucionarios. La verdad es la contraria: el M-19 entendió, por un lado, que el cambio político mediante las armas no era un camino válido y, por otro, que la única forma de defender esos ideales era desde el interior del sistema, aceptando las reglas de la democracia y promoviendo la justicia social a través del consenso, el acuerdo político y el debate de ideas en un marco de tolerancia y respeto por la vida. Por eso, los verdaderos traidores a su causa original fueron las Farc, quienes atropellaron al pueblo que en teoría defendían y lo volvieron el blanco de sus ataques sangrientos. Fue una traición ideológica. Y un suicidio político.

Algunos temen que un exguerrillero como Petro haya llegado tan alto. No comparto ese temor. El M-19 dejó las armas y aceptó la democracia mediante un proceso público y transparente. Para el país era mejor tener a los rebeldes adentro del sistema que tenerlos afuera, haciendo desastres. En esos acuerdos participó toda la sociedad y por eso no se puede decir, a estas alturas, que fue un proceso inválido. La reinserción del M-19 tenía que ser completa, sincera, y de parte y parte. Y, así como no sería válido que ahora los dirigentes rebeldes dijeran No, la verdad es que vamos a seguir en el monte echando bala, tampoco es válido que ahora la sociedad diga No, no queremos que ustedes participen en nuestra democracia. Así no funciona un proceso de paz. Funciona como lo han demostrado Gustavo Petro y la ciudad de Bogotá: mediante la paz y el voto popular. Una lección que Alfonso Cano nunca aprendió.

 

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