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Sobre el tierno pudor de los 'camisas negras'

Julio César Londoño
20 de septiembre de 2014 - 01:51 p. m.

Llegué tarde a la transmisión del debate sobre paramilitarismo.

Hablaba Horacio Serpa, a quien le dieron 10 minutos, poco tiempo para su estilo, esa oratoria que consiste en combatir el pánico escénico saludando a la mesa principal y a la mamá, agradeciendo incluso la presencia de los ausentes mientras van entrando en confianza gracias a la melodía irresistible de su propia voz, y ensartan luego ristras de lugares comunes, frases vacías pero mántricas, en un tono cada vez más altisonante, un crescendo magnífico que termina en un trémolo furioso y una frase impactante y breve, algo que quepa en la memoria de los reporteros apostados en Palacio, alguna vulgaridad digna de los titulares de los noticieros de la noche.

Claro, con semejante “pique”, en diez minutos estos cicerones no alcanzan altos decibeles. Cuando el presidente de la Comisión Segunda del Senado (un hombrecito con cara de delegado de Rifas, juegos y espectáculos) le advirtió que le quedaba un minuto, Serpa, que aún no entraba en materia, se ofendió, amenazó con retirarse del estrado y dejarnos a todos sin su luz, y le recordó al hombrecito que él era HORACIO SERPA. Entonces el hombrecito le dijo con firmeza que no, que por equilibrio y por reglamento, no; y acto seguido le concedió cinco minutos, migaja que, obviamente, Serpa despreció con un puchero altivo de su mostacho amazónico. Entonces la pastora samperista Viviane Morales (cónyuge del pastor marxista Carlos Alfonso Lucio) ofreció, magnánima, renunciar a su intervención para que Serpa tuviera 30 minutos para hacer al menos la introducción al prefacio del prólogo de su discurso, pero el hombrecito (también pastor, curiosamente) dijo con tono severo que eso era imposible… las reglas, el equilibrio… el reglamento… y acto seguido le concedió los 30 minutos al Demóstenes de la Unidad Nacional.

Entonces brincó la bancada del Centro Democrático. Alegaron que por qué a Serpa sí y a José Obdulio no. Sudando la gota, el hombrecito dijo que bueno, pero, para dejar en claro que él era el presidente, le autorizó solamente 29 minutos.

Claudia López también cayó en el tono veintejuliero y, sin respeto alguno por los anélidos, comparó a las sanguijuelas con Álvaro Uribe.

Con el mismo apolillado estilo, y a pesar de su belleza y juventud, y dando alaridos peores que los de Uribe y Serpa sumados, Paloma Valencia comparó a Uribe con Bolívar, al Ubérrimo con el Monte Sacro y al sable del Libertador con las guacharacas.

Sin gritos ni manoteos, Carlos Fernando Galán recordó tiernas declaraciones públicas de Uribe hacia algunos motosierristas nacionales. Robledo, impecable, como siempre. Síntesis, ironía, elocuencia, aplomo y argumentos letales. Iván Cepeda mostró evidencias demoledoras… que quizá mellen un poco el célebre blindaje del expresidente. Por su parte, el expresidente amenazó al presidente de la Comisión con mostrar copias de los cheques que le habrían girado los paramilitares, y salió furioso a hacerse embolar en la Corte Suprema de Justicia.

José Obdulio usó un tono moderado. Ironías de la vida: un hombre educado por Pablo Escobar da lecciones de modales en el Congreso.

La única frase rescatable la pronunció Navarro: «El que esté libre de paramilitarismo que tire la primera pierna». ¡Está como para grabarla en el frontispicio del Capitolio!

Pregunta suelta: ya que son tan machos, tan frenteros y partidarios declarados de la soluciones de fuerza, y dado que Colombia es de derecha y pro-paraca, y ya que no es posible ocultar el sol ni siquiera con nubes de sangre, ¿por qué los «camisas negras» colombianos no aceptan de una vez por todas su filiación paramilitar?

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