Sobre las calumnias de Uribe

Aldo Civico
19 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Es un país triste aquel en donde la calumnia y la mentira se han vuelto panorama de la cultura política, tanto así que quienes las pronuncian no pagan ningún precio político por ellas.

En Colombia, el caso más emblemático es el del expresidente Uribe, quien desde hace años utiliza impunemente la mentira y la calumnia como instrumentos de su propaganda política. Su última víctima fue el columnista Daniel Samper Ospina (al cual manifiesto toda mi solidaridad).

La calumnia en contra del columnista logró alcanzar nuevos límites de degradación y de cobardía en el actuar del expresidente Uribe. Además, esta calumnia no es una señal de la fortaleza de un líder político, sino de su creciente debilidad; no de la popularidad de sus ideas, sino de su pobreza; no de un discurso fuerte, sino de su ausencia; no de su confianza, sino de su desespero.

En efecto, ¿no es un líder patético aquel que tiene que acudir a las calumnias para que las redes sociales le presten atención, los programas radiales de la mañana le abran los micrófonos y los columnistas le dediquen sus espacios?

Pero quizás esto sea parte del problema. Lo grotesco no es solamente que el expresidente Uribe siga atacando impunemente con calumnias y mentiras a sus contradictores. Nos tiene que hacer reflexionar también el hecho de que sus calumnias se sigan compartiendo en las redes sociales, discutiendo en los programas radiales y analizando en las columnas.

De hecho, dándole espacio al expresidente por sus llamativas calumnias se termina favoreciendo su juego de permanecer en el centro de la atención y de condicionar el debate en el país. La consecuencia no deseada es que redes sociales y medios se vuelven elementos de propagación de las calumnias de Uribe, favoreciendo la difusión de un virus que envenena al cuerpo político y social del país.

Durante los más de cinco años que llevo escribiendo esta columna, ésta es solamente la tercera vez que la dedico a Uribe. Cuando un programa radial en la mañana le abre los micrófonos, la gran mayoría de las veces cambio de estación. No lo sigo en Twitter y son muy raras las veces que lo menciono (por eso no me ha bloqueado). Es decir, lo ignoro, porque no permito que sus calumnias, sus odios y rencores invadan mis espacios. Hago lo mismo con Trump.

Porque, al fin y al cabo, uno no necesita estar enterado de cada declaración de odio, mentira y calumnia del expresidente Uribe para saber cuál es su cultura política, los intereses suyos y de sus acólitos, sus odios: estos son patrones consolidados. Ignorando a Uribe sé que no pierdo nada.

Mi propuesta entonces es simple. Invitar a los medios, a las redes sociales y a los columnistas simplemente a ignorar al expresidente Uribe. Hacer una huelga del compartir, difundir y comentar sus calumnias, mentiras y odios. Dejar de abrirle los micrófonos. Dejar de ser cómplices involuntarios de sus intenciones y estrategias. Es decir, bloquearlo.

Porque quizás el castigo más duro y eficaz para el expresidente Uribe sea ignorarlo. O sea, un acto no violento de limpieza comunicativa (y mental).

 

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