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Sobre una columna de Cecilia Orozco

Cartas de los lectores
15 de octubre de 2012 - 11:00 p. m.

En esa columna, llamada "Hacia una cacocracia", Cecilia Orozco Tascón nos descorre el velo de un panorama sombrío que envuelve a los integrantes de la nueva Corte Suprema de Justicia, que mediante maniobras politiqueras hacen elegir a los candidatos señalados por sus padrinos, así tengan que paralizar el buen funcionamiento de esa noble institución.

La actuación del magistrado Iván Velásquez, en el ejercicio de su profesión en el gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez, fue valiente, tesonera y de mucha responsabilidad como magistrado auxiliar de esa respetable institución.

La mafia del narcotráfico, la mafia de la política y los altos funcionarios que tocó en su toga y su investidura, la punta ardiente de la espada de la justicia, y rasgó sus vestiduras podridas, reviraron y revirarán mientras haya funcionarios valerosos que quisieran hacer cumplir la Constitución Política y la ley.

En este proceso de paz, que desea iniciar el presidente Juan Manuel Santos, también se requerirá la actuación de los altos magistrados de las cortes, para que lo apoyen impartiendo diáfana justicia, precedida obviamente por un ejemplo intachable, para que la opinión pública les crea y extienda su voto de confianza hacia ellos. No podemos ir hacia una cacocracia (kakós), que significa en griego: el gobierno de los malos, lo sucio, lo sórdido y lo deshonroso, aunque tenga apariencia de legalidad.

Así como lo escribe nuestra valiente columnista.

Luis Castellanos García. Bogotá.

Sobre un editorial

Nada más acertado, considero, que su editorial “¿Y el Congreso?”, como deber de la prensa, ante todo, como orientadora de la opinión nacional. Las funciones del Congreso, como lo ordenan los cánones de la democracia y como lo esperaríamos la mayoría de colombianos que se cumplieran, en él descritas no pueden ser más claras.

Lamentablemente, sin embargo, nuestra realidad es bien distinta. La democracia en el país no es más que un eslogan; todos los cargos de elección popular, que debieran escogerse libremente por los ciudadanos, los elige el dinero, sin importar su procedencia. Por eso las actitudes y actuaciones de los así elegidos dista mucho de lo que debieran ser dentro de un país democrático y un Estado de Derecho.

Por eso nuestro país padece la enfermedad más contagiosa y destructiva: la corrupción.

Enhorabuena, este editorial, ¡ojalá!, sirva de reflexión a los profesionales de la política.

Leovigildo Micán Morales.
Bogotá.

Envíe sus cartas a ector@elespectador.com.

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