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¿Son necesarias más víctimas?

Luis I. Sandoval M.
13 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.

A la sociedad le exaspera el conflicto que se prolonga sin certeza de terminación.

Le duele que a toda hora cobra nuevas víctimas entre los contendientes, soldados y guerrilleros, pero también – en alto número - entre civiles no combatientes. Sobran ejemplos. 

La sociedad no está convencida de que los diálogos de La Habana van a producir resultado. A la sociedad la invitan a creer pero no la persuaden mediante palabras y hechos de paz. Su desconfianza es aupada abiertamente por los enemigos (spoilers) del proceso. Si la apatía de unos y la enconada oposición de otros no se neutralizan y superan con un sostenido apoyo mayoritario, el proceso no cumplirá con éxito las tres fases previstas: acuerdos, refrendación, transición a la paz estable y duradera.

Se hace ineludible examinar el método de negociar en medio del conflicto. No se puede volver a la experiencia de que la confrontación ahoga los diálogos (Caguán). Si el compromiso es adelantar diálogos conducentes a la terminación del conflicto, no se justifica bajo ningún punto de vista que sigan aumentado las víctimas de un conflicto cuya terminación se tiene decidida. Se requiere el cese bilateral de hostilidades mientras se trabaja en acordar los contenidos y formas de esa terminación. Las partes persisten en descalificarse y agredirse, no se ve cómo de ese alto nivel de agresión se pase súbitamente a los abrazos de la reconciliación. El clima es tan importante como los acuerdos.   

La ciudadanía crece cada día su exigencia de cese bilateral en defensa del proceso y de sí misma. Tiene razón, no es un capricho, ni favorece a las guerrillas, ni desmoraliza a las fuerzas armadas, ni la tregua es inverificable, ni entraba la paz. Al contrario, facilitará enormemente todo el proceso. Es un imperativo ético y político porque la sociedad que vive el conflicto como tragedia no tiene por qué dejar que se prolongue un día, ni una hora, ni un minuto más. 

La sociedad con fuerza persuasiva tiene que llevar a las partes a superar el espejismo de que el conflicto es para los insurgentes un proyecto de liberación y para el Estado un proyecto de legitimación. No es lo uno ni lo otro, el prolongado y envilecido conflicto político ha devenido en autodestrucción fratricida. Por eso tiene que parar ya y proseguirse la tarea de acordar, mediante el diálogo, la forma de desmontarlo en forma definitiva.

Esta postura no desconoce los términos ni el espíritu del Acuerdo General entre Gobierno y Farc-Ep. Quizá sea anticipar lo que está ya está previsto, pero la anticipación se justifica porque sería, si coincide con una clarificación del tiempo necesario para llegar a acuerdos, el músculo que hace falta activar para que el pulso entre guerra y paz se incline definitivamente a favor de la paz. 

Los acuerdos no serán resultado del albur de escalar el conflicto. Eso equivaldría a hacer depender todo de la inercia ominosa del pasado, se trata ahora de moldear el presente de conformidad con el futuro que avizoran tanto insurgentes como gobierno y sociedad: una paz imperfecta pero perfectible en virtud de una mayor posibilidad para hacer política con garantías ciertas, que se traducirá en profundización multiforme de la democracia, sueño razonable.   

Se oye que el ELN se aproxima a la mesa de diálogo con el planteamiento de tregua bilateral. Ojalá fuera así. Esa idea, inteligente y oportunamente acogida por el gobierno, aparejada con tiempos acotados para los diálogos, volcaría la opinión general y la movilización ciudadana en apoyo a la salida política del conflicto sin vencedores ni vencidos.

lucho_sando@yahoo.es

 

 

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