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Sonido y furia

Armando Montenegro
26 de octubre de 2008 - 03:00 a. m.

LOS SUICIDIOS, LAS DEPRESIONES y una variedad de enfermedades aumentan en medio de las contracciones de la economía (una de las imágenes de la Gran Depresión es la de una persona saltando por una ventana sobre Wall Street).

Los problemas económicos traen también cosas inesperadas. La salud de los niños de las zonas cafeteras de Colombia, por ejemplo, mejora cuando cae el precio del grano. Grant Miller, investigador de Stanford, mostró que cuando tienen menos dinero, los adultos gastan más tiempo en sus casas, donde cuidan y atienden mejor a sus hijos. Así, cuando las familias cafeteras se empobrecen, cae la mortalidad infantil y mejoran las cifras de enfermedades juveniles.

 En un nivel más general, algunos investigadores sostienen que la vida familiar florece en épocas de crisis. En medio de las dificultades, dicen, la gente se repliega sobre sus afectos y relaciones cercanas, que, en alta proporción, se encuentran en sus hogares.

El impacto de la crisis económica se extiende a diversos rincones de la vida privada. Las costumbres se conservatizan, se premia lo tradicional y lo conocido (se castigan la originalidad y la disonancia). Algunos han llegado a sostener, apoyados en largas estadísticas históricas, que en Estados Unidos en épocas de penuria económica se amplía la longitud de las faldas y se recorta el pelo de los hombres. En buena parte, esto se explica por la necesidad de las personas de mostrarse confiables y aceptables, en un mercado inseguro e inestable que no puede darles ocupación a todos.

Los jóvenes, al saber que no hallarán trabajo, estudian más. En las recesiones, sube la demanda de posgrados y cursos técnicos, con los cuales los muchachos posponen su entrada al mercado laboral y mejoran sus posibilidades de conseguir empleos (el problema, claro, es el costo de la buena educación, inalcanzable para la mayoría).

Se avecinan meses difíciles en la vida colombiana. Aumentarán el desempleo y la pobreza. Pero también sufrirán grupos que se enriquecieron en medio de la burbuja que termina. Se cerrarán negocios de consumo conspicuo que florecieron en el boom: restaurantes, bares, ventas de relojes, equipos y carros de lujo; boutiques y almacenes de ropa exclusiva. Mucha gente, obligada por la realidad de sus billeteras, redescubrirá placeres sencillos: la comida típica, los viajes por Colombia y las bebidas tradicionales.

La política también será distinta. Una sociedad que sufre una crisis económica es una sociedad irritada, que necesita culpables para descargar su ira. A comienzos de la década, los colombianos, empobrecidos y desempleados, disgustados con el gobierno de Pastrana y con la guerrilla, eligieron a Uribe. En Estados Unidos, Obama subirá a la Presidencia sobre las ruinas del prestigio del Partido Republicano que apoyó a los banqueros y reguladores que facilitaron el desarrollo de una crisis que ya ha causado más de 800.000 desempleados.

 Aunque ya se percibe una fuerte desaceleración económica, que aumentará la desocupación y que hará caer el precio de viviendas, inversiones y negocios, no es claro todavía en contra de quién se dirigirá la previsible rabia y frustración de los colombianos. La dirección que tomen estos amargos sentimientos será una de las claves para entender el resultado de las campañas políticas que se avecinan.

 

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