Entre Copas y Entre Mesas

Sufrir el vino

Hugo Sabogal
05 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

A propósito de un libro próximo a lanzarse, no puedo eludir una pregunta que siempre asalta a quienes se regocijan con el vino: ¿es mejor tomárselo sin saber nada de él o debe uno adquirir información para disfrutarlo a plenitud? O sufrirlo, como les contaré en un instante.

La expresión “el mejor vino es el que nos gusta” se acomoda muy bien a quienes le sacan el cuerpo a la erudición enológica.

Pero también es cierto que, a medida que avanza el conocimiento —por más básico que sea—, emergen interesantes cuestiones que resultan imposibles de ignorar.

Por ejemplo, darse cuenta de las principales diferencias entre un Sauvignon Blanc y un Chardonnay o entre un Pinot Noir y un Cabernet Sauvignon. Desarrollar la habilidad no requiere de un diploma enológico, pues el Sauvignon Blanc siempre se mostrará fresco y ligero y el Chardonnay algo más firme y complejo, igual que ocurre entre un Pinot Noir (sensual y amable) y un Cabernet Sauvignon (corpulento y expresivo).

Entonces, ¿qué es lo que persiguen los especialistas?

Establecer, por ejemplo, si el Sauvignon Blanc proviene de una zona fría o templada. Detectar cuántos meses de crianza en barrica tuvo el Chardonnay. Determinar si las uvas del Cabernet Sauvignon crecieron sobre suelos arenosos o calcáreos. Comprobar si el Pinot Noir se origina en una zona marítima o continental.

Los más avezados, incluso, educan la nariz y el paladar para averiguar las condiciones climáticas que imperaron durante la maduración de los racimos, o, incluso, el nombre de bodega responsable, sin mirar la etiqueta.

Y así podríamos seguir, sin tregua. Entonces, ¿es posible que alguien llegue a saberlo todo sobre el vino? Lo dudo. Mi recomendación, para apreciar qué tan complejo, difícil y extenuante es abordar este interminable asunto, es aprovechar una tarde de lluvia y sintonizar en el cable la serie Somm, en la que se hace un seguimiento a cuatro candidatos que aspiran al título de Master Sommelier en Estados Unidos. Es sufrimiento puro, de principio a fin. Para quienes no lo sepan, el examen final para el Master Sommelier se caracteriza por ser la prueba académica con mayor cantidad de reprobados en ese país.

Igual sucede con los requisitos finales para convertirse en Master of Wine, un título inglés muy difícil de alcanzar. Es tan espeluznante el proceso que de los 30.000 aspirantes al título sólo han pasado trescientos.

El párrafo introductorio de un excelente artículo publicado por el SF Gate, en septiembre de 2006 (“The Ultimate Test”), decía: “si usted pensaba que un examen de posgrado era difícil, he aquí lo que cuesta ser un Master of Wine”. Y lo que seguía era para poner los nervios de punta.

Una próxima adición a este tema es Cork Dork, un libro de la escritora estadounidense Bianca Bosker. Cork Dork nos lleva por la historia y las bases científicas de la degustación a ciegas, las escalas de aromas y sabores del vino, el arte de ser un buen sommelier y lo difícil que resulta ser reconocido como tal.

El título del trabajo es irónico y algo ofensivo, pues cork dork significa “idiota del corcho”, en alusión a aquellos profesionales que, incluso, llegan a lamer piedras ásperas como parte de su entrenamiento para, literalmente, “sacarle filo al paladar”.

Basta de horrores. Es domingo y quizás estemos a punto de celebrar nuestro almuerzo dominical. Compartamos en casa o en el restaurante un Sauvignon Blanc o un Pinot Noir. Disfrutemos las copas con una deliciosa comida y brindemos. Nada más.

 

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