Taiwán: tozuda realidad

Fernando Barbosa
18 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Este martes 13 de junio, Taiwán acaba de perder a un viejo e importante aliado: Panamá. El presidente Varela, de la misma manera como lo hizo Turbay Ayala en 1980, normalizó las relaciones con Pekín y rompió las que tenía con Taipéi. Lo sensible es que no se trata de un hecho aislado. Hace pocos meses, Santo Tomé y Príncipe, en África, también había roto relaciones y cada vez son más visibles las acciones para aislar a los taiwaneses del escenario internacional, limitando o negándoles el acceso a los organismos internacionales, como fue el caso de la reciente asamblea de la OMS, que tuvo lugar en Ginebra en mayo.

La airada respuesta del Gobierno de Taiwán contra Panamá, pero especialmente contra Pekín, hace evidente que se ha producido una herida preocupante en un terreno en el que no faltan las dificultades. A la tensión que se genera en las relaciones del Estrecho, como se conocen las que mantienen Pekín y Taipéi, se suman el resto de problemas y desafíos regionales.

El modus operandi no es nuevo. Antes de 1992, Pekín asumió una estrategia para contrarrestar el empleo de una diplomacia de chequera (ayudas y cooperación) que adelantaba Taipéi haciendo uso de sus reservas y de su pujante economía, con lo que logró mantener un buen número de aliados. Sin embargo, el resurgimiento de China le dio la vuelta al panorama y muchos gobiernos reconocieron su poderío. Ello se tradujo en una campaña de Pekín para ganar adeptos y aislar a Taipéi, que pudo frenarse con el Consenso de 1992. Allí los dos acordaron que sólo existe una China pero que existe desacuerdo sobre cuál es el gobierno legítimo.

Aquel consenso, que fue clave para promover unas relaciones constructivas y permitir la firma de importantes acuerdos económicos, no ha sido reconocido por el Gobierno del Partido Democrático Progresista (PDP) de la actual presidenta, Tsai Ing-wen, que asumió funciones en mayo de 2016. Su discurso, ambiguo desde el comienzo, ha ido subiendo de tono hasta las declaraciones del pasado 13 de junio sobre Panamá, en las que afirmó que Taiwán “es una nación soberana [y que] la soberanía no puede desafiarse ni negociarse”. Lo cual está en línea con las aspiraciones independentistas del PDP.

Una China unida es inevitable y lo contrario significará guerra. Y lo que está por venir son caminos difíciles con riesgos altos. En lo corrido del actual gobierno, Taiwán perdió el 50 % de turismo que venía de China. Pero más perturbador es que su economía depende en un 60 % de su contraparte al otro lado del Estrecho. Y más complejo aún, Washington, que ha sido el árbitro que ha mantenido el balance desde 1949, atraviesa por momentos de gran incertidumbre.

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