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¡Taxi, taxi!

Piedad Bonnett
29 de junio de 2013 - 09:00 p. m.

Ss necesitó que asesinaran a un norteamericano para que se volviera a hablar en los medios del llamado paseo millonario, que ya reporta 70 casos este año, pero que muchas veces no se denuncia.

 Y se necesitó que la víctima fuera un agente de la DEA, para que la Policía atrapara en cuestión de horas a la banda de malechores que cometió el ilícito, que de realizarse contra un colombiano corriente tal vez ni siquiera trasciende a los medios. Otra vez salen en la prensa los mapas de las zonas más afectadas y hasta consejos para evitar caer en la trampa, pero pasan los años y los bogotanos seguimos abordando los taxis con desconfianza. ¿O no le ha dicho usted a un extranjero que procure no tomar uno en la calle, que mejor lo pida? ¿O a su hijo que apenas salga de rumba, le ponga un mensaje con el número de la placa y que esté alerta? ¿O se siente usted tranquilo si toma un taxi en la Candelaria a las 10 de la noche y el chofer elige la Circunvalar?

El problema es enorme, porque para los bogotanos hay factores que a menudo hacen preferible o necesario usar el taxi: las deficiencias e incomodidades del servicio de transporte masivo, las restricciones del pico y placa y el desgaste que es manejar en esta ciudad. Y si bien tenemos una opción muy práctica y útil, la del servicio pedido por teléfono, cada vez se hace más difícil que éste sirva, precisamente porque los trancones impiden que los choferes lleguen donde los usuarios en los tiempos requeridos por las empresas. Todos hemos tenido la experiencia de llamar infructuosamente un taxi un viernes a las seis de la tarde o una noche con aguacero torrencial, o en la mañana temprano para llegar al trabajo. Entonces muchas veces no tenemos otra opción que tomar un taxi en la calle.

¿Y qué tal que al volante esté El Gordo”, o Bavario, o Garcho o Payaso? Se dirá que esa es una opción improbable. Pero lo grave es que esa posibilidad existe y no es remota. Y ese solo hecho amedrenta al ciudadano y añade una incertidumbre más a su cotidianidad ya lesionada por la dureza de esta ciudad caótica. Lo que uno se pregunta es cómo el dueño del vehículo donde se movilizaban los asesinos de James Terry Watson contrató a individuos con antecedentes penales, y qué hacen las empresas de taxis para blindarse de estos hampones y cuál es el control que la Policía ejerce sobre el gremio. Y por qué no se implementa en la ciudad lo que en tantas otras existe: paradas de taxis en zonas claves de la ciudad, administradas y vigiladas y controladas por las empresas y las autoridades. De este modo el peatón, a cambio de desplazarse unas cuadras, obtendría seguridad.

Pero, además, el problema con el gremio no termina ahí, como ya lo señalaron desde hace meses María Jimena Duzán y Jorge Orlando Melo. Un buen porcentaje de los taxistas no respetan ni pares ni semáforos ni límites de velocidad, usan el radio para charlar con sus amigos o llevan la música a todo volumen. Cuando no se sienten autorizados a ejercer justicia por su propia mano. Claro que hay conductores de taxi muy confiables, cómo no. Pero para su propio beneficio, hay que endurecer los controles.

 

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