Tecnología: avanzar o estancarse

César Ferrari
17 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.

América Latina no puede seguir postergando su modernización tecnológica. No hacerlo contribuirá de manera adicional a su postergación respecto a los países desarrollados y a los asiáticos. Su rezago se manifiesta en la escasísima cantidad que invierte en ciencia y tecnología, muy por debajo de lo que invierten dichos países; está relacionado con tres cuestiones principales:

1) Partes de la economía funcionan con tecnologías propias del siglo XXI. No obstante, otras partes significativas, particularmente en el medio rural, se encuentran al margen de dicha revolución. No es una casualidad, el retraso rural, su atraso tecnológico y su baja productividad son consecuencia de que los ingresos campesinos sean reducidos y, así, no les queda para invertir, apenas para sobrevivir: lo que perciben por los bienes y servicios que producen es un pequeño residuo del precio que paga el consumidor, la mayor parte de ese precio cubre los costos y las utilidades de la transformación, comercialización y transporte de los mismos.

2) En partes de la modernidad se insiste aún en las viejas tecnologías productivas, de comercialización, de transacción e incluso de conocimiento, cuando el mundo desarrollado las está abandonando; esa persistencia sólo produce más retraso relativo, no sólo frente al mundo desarrollado sino frente a los países asiáticos.

3) Mercados importantes, particularmente de servicios (financieros, comercialización, taxis, etc.), continúan operando protegidos, como carteles u oligopolios, generando ineficiencias y rentas indebidas en favor de los productores a costa de los consumidores. Por ejemplo, según el Banco de la República los mercados de crédito en Colombia funcionan en competencia monopolística y los mercados de crédito de consumo funcionan casi como un cartel (Informe especial de estabilidad financiera: Concentración y competencia en el mercado financiero, Bogotá, septiembre 2014, página 4).

La oposición a los cambios tecnológicos es muchas veces radical y violenta, como la de los taxistas contra los operadores de UBER. La excusa de los primeros es que los segundos operan de manera ilegal, como si la sociedad debiera adaptarse a leyes inmutables y no que estas debieran modificarse conforme a los cambios de la sociedad y de la tecnología; la defensa del “status quo” siempre es una excusa para la inmovilidad.

Ese comportamiento violento recuerda a los artesanos luditas ingleses que entre 1811 y 1817, sintiéndose desplazados por los telares industriales, organizaban ataques para destruirlos. En 1812 el Parlamento Británico convirtió dicha destrucción en crimen sujeto a pena de muerte. Finalmente, la tecnología se impuso y el movimiento ludita desapareció. Lo que enseña el ejemplo es que la oposición al cambio tecnológico no tiene futuro, pero puede retrasarlo y resulta costoso.

El cambio tecnológico tiene que venir de mano con la remodelación de los roles productivos. América Latina no puede continuar dependiendo de la producción de materias primas: tienen precios internacionales muy inestables y generan muy poca ocupación directa e indirecta. Tampoco tiene sentido abandonar los recursos naturales abundantes que posee, aunque seguramente algunos de ellos dejarán de ser demandados salvo en cantidades menores, como el carbón por razones ambientales. Debería extraerlos en forma respetuosa con el medio ambiente pero también debería procesarlos.

El avance tecnológico no se logrará clamando por mayor inversión privada y pública en ciencia y tecnológica. Se dará cuando la política regulatoria se preocupe más de inducir competencia en los mercados, particularmente en los de servicios, y menos de proteger la sobrevivencia de sus operadores; y las políticas monetaria y fiscal generen una estructura de precios e incentivos adecuados para: 1) la transformación local de las materias primas, 2) la rentabilización de las empresas en un  marco de competencia, y 3) el desarrollo rural integral que implique la participación de los trabadores rurales en las utilidades de la transformación y comercialización de los bienes que producen.

* Ph.D. Profesor, Pontificia Universidad Javeriana, Departamento de Economía.

 

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