Tecnología y civilización

Mauricio García Villegas
22 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

Norbert Elías, el gran sociólogo alemán del siglo XX, escribió un pequeño ensayo sobre tecnología y civilización. Allí dice que si bien los avances que se lograron con la aviación y con los automóviles durante la primera mitad del siglo XX fueron muy importantes, también produjeron grandes tragedias por causa del aumento de la accidentalidad. En la Francia de 1970, por ejemplo, murieron 18.000 personas en las autopistas que se habían construido un par de décadas antes.

Sin embargo, con el paso de los años Francia y sus vecinos lograron reducir drásticamente la mortalidad en esas vías (en Francia mueren hoy 3.600). ¿Cómo se logró semejante éxito? Según Elías, fue un proceso colectivo en donde los conductores, con la ayuda de las autoridades, aprendieron a autoregularse y a coordinar sus comportamientos para evitar las muertes. En eso consiste el progreso, o lo que Elías llama, “el proceso de civilización”: en seres humanos civilizando a seres humanos. Pero a diferencia de lo que ocurrió en Europa, dice Elías, en los países en vía de desarrollo ese aprendizaje (ese proceso civilizatorio) es muy difícil de lograr, aunque hay excepciones. Las cifras de muertes en las vías públicas no solo no bajan sino que aumentan.

Pienso en esto después de recorrer, durante la Semana Santa, más de 1.000 kilómetros por las nuevas autopistas de doble calzada. No tengo a la mano las cifras de accidentalidad de esa semana; lo que sí puedo decir es que allí, en esas vías, la autoregulación de los conductores es mínima o nula. Una ilustración de lo que digo se observa en el uso de los carriles de la autopista. Al respecto existen dos normas universales: 1) el carril izquierdo sólo debe ser utilizado para adelantar, y 2) cuando un conductor va por el carril izquierdo y se encuentra en su camino con alguien que va más despacio, le hace señas con las luces altas para que éste se desplace hacia el carril derecho. Este es un mecanismo simple y eficaz de coordinación que en los países desarrollados funciona a la perfección.

En Colombia, en cambio, son muy pocos los que conocen la norma del carril izquierdo y menos aún los que entienden la señal de las luces. Así las cosas, los que van rápido avanzan culebreando entre los lentos, que están por todas partes, lo cual no solo aumenta el riesgo de accidente (peor cuando hay motos), sino que ralentiza e incluso bloquea el tráfico cuando hay mucha congestión. Todos, o casi todos, terminan llegando más tarde (como cuando iban por la carretera ordinaria) y arriesgando sus vidas.

Los países como Colombia intentan recorrer el camino que recorrieron los países desarrollados en su proceso civilizatorio. Eso está bien (aunque esos caminos son engañosos y a veces irreproducibles), pero en ese intento importan la tecnología, las autopistas, los automóviles, las señales de tránsito, o las grúas, pero dejan de lado la cultura (coordinación y autoregulación de los usuarios) que condiciona el buen funcionamiento de esa tecnología.

No son los usuarios los culpables de que esa cultura no prospere, sino las autoridades de tránsito, empezando por el Ministerio de Transporte, que no hace nada, o muy poco, por educar a la gente para que use bien un avance tecnológico que, como el de la doble calzada, tiene toda una historia de ensayo y error en los países donde se inventó.

Este es un ejemplo más de cómo los procesos de civilización no solo dependen del aumento de la riqueza, sino de la cultura y, en el caso del tránsito, de la coordinación de los comportamientos entre los usuarios de la tecnología.

 

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