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Tengo un sueño democrático

Luis I. Sandoval M.
25 de marzo de 2013 - 11:00 p. m.

En visión panorámica el conflicto colombiano puede leerse como un desarrollo político limitado, de hecho, como un fracaso de la política, y su superación, como un mayor desarrollo político, esto es, como un éxito de la política.

Fracaso y éxito relativos por cuanto el conflicto no alcanzó características de guerra civil, ni el acuerdo con las guerrillas asume todas las dimensiones de la crisis crónica y multiforme de la nación colombiana. La crisis va más allá del conflicto; la superación de la crisis requiere más que un acuerdo de paz.

Pero el actual es un momento excepcional. La paz con los insurgentes es una oportunidad para dar un salto en el desarrollo político del país entero. Superación política del conflicto debe significar, en la práctica, más y mejor política. La paz estable y duradera exige revisar, cambiar, revolucionar la política. Colombia necesita otra lógica del poder.

Ese salto de la política se materializa en una profundización de la democracia (cultural, social, ambiental, económica, política, institucional) con el protagonismo de los pueblos, sus territorios y regiones, asumiendo toda su riqueza étnica, cultural y social. Esta democracia de alta intensidad, democracia total, requiere sujetos innovadores.

No dejará de haber conflicto por la distribución de la riqueza y el poder, y tensiones por otras causas, pero ahora la conflictividad transcurrirá por canales institucionales con garantías plenas para élites y mayorías, sobre todo para éstas que han estado desprovistas de ellas.

Colombia seguirá siendo una república salvaguardando lo más valioso de la tradición liberal conservadora —libertades reconocidas, separación de poderes—, pero la ampliación del pacto social existente, o el nuevo pacto, asume que es propósito nacional transitar de la república señorial a la república social, con derechos efectivos, que se integra soberana al continente y al mundo con dignidad y sentido de cooperación.

No sólo hay nuevas presencias en la comunidad política con los que vienen de las armas a la vida civil, lo deseable y necesario es un reordenamiento de las relaciones políticas en conjunto, quizá un impulso a la renovación de todos y cada uno de los actores: cada ciudadano y ciudadana, asociaciones ciudadanas, movimientos sociales, partidos políticos e instituciones públicas.

Esencial y vital a la democracia es garantizar el ejercicio de la oposición política y la protesta social. Será preciso asegurar que la democracia no sea sólo democracia electoral sino también democracia de movilización. Importa la democracia como libertad, pero también la democracia como creciente igualdad, esto es, la democratización.

Para cambiar hay que comenzar por indignarse, como nos enseñó el recién fallecido Stéphane Hessel (1917 - 2013): “De la indignación nace la capacidad de compromiso con la historia; de ella nació la resistencia contra el nazismo y de ella saldrá hoy la resistencia contra la dictadura de los mercados. Les digo a los jóvenes: observen a su alrededor y encontrarán los motivos que justificarán su indignación”. La indignación supone sentido crítico y capacidad de asombro.

“En un país donde la política tradicional de derechas e izquierdas es particularmente cínica, instrumental, caudillista y clientelar, tenemos que insistir en construir otra política y otras formas de hacerla. La filosofía política contemporánea y el legado de los pueblos ancestrales nos dan algunas claves: lo común, la potencia de la comunidad, el criterio indígena de ‘mandar obedeciendo’, el Buen Vivir, el poder invisible de los ‘sin parte’, etc.” (Gantiva, 2013).

Podríamos estar ad portas de lo que Antonio Gramsci llamó la reforma intelectual y moral, una verdadera revolución ciudadana: redescubrir, recrear, expandir la política. El sueño democrático y su realización es tarea cotidiana de muchos y muchas.

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