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Tiempos del ruido

Gonzalo Silva Rivas
17 de diciembre de 2013 - 11:00 p. m.

Bogotá esperaba la llegada de algo más del millón de turistas para este diciembre, hecho sin precedentes en una ciudad habitualmente apagada durante la temporada navideña.

Pero como un volcán en erupción, que enlodó todo el paisaje previsto, irrumpió el procurador Alejandro Ordoñez con una decisión administrativa previamente calculada, mezcla agridulce de arrogancia desmedida con tufillo político, y puso en posición de jaque las proyecciones.  

Nunca antes la administración distrital se había preparado tanto para hacer de los días navideños y de fin de año un atractivo turístico. El despacho del Alcalde, el Instituto Distrital de Turismo y Codensa sumaron esfuerzos, aportaron alta suma de recursos y seleccionaron 86 puntos estratégicos, entre parques, vías públicas y fachadas, para darle un toque especial a las festividades, contagiar de regocijo a los residentes y estimular la venida de visitantes.

La ciudad se promocionó nacional e internacionalmente para la temporada pero el ejercicio y el presupuesto bien pudieron haberse perdido. La esperada estampa de una Bogotá alegre, animada, vestida de rojo y verde, con fuentes de agua musicales, millones de bombillos, kilómetros de mangueras luminosas, maquinas de nieve y hasta árboles animatrónicos no es la que se proyecta en el exterior. La prensa internacional solo ha resaltado tensiones e imágenes de multitudes de ciudadanos indignados tomándose la Plaza de Bolívar para hacer pública protesta en defensa de un alcalde, puesto contra las cuerdas por voceros de intereses políticos y económicos.    

En los últimos dos años, Bogotá mejoró sustancialmente los indicadores de percepción en el exterior, logró reconocimientos de la prensa extranjera como destino turístico - incluso fue propuesto por la CNN como uno de los preferidos para 2013-, afianzó su ofensiva promocional e incrementó los turistas de 8 millones a más de 10 millones. Sin restarle prioridad a las propuestas turísticas tradicionales, el IDT se propuso explorar productos sociales y rurales, en un intento por rescatar, alistar y socializar inéditos íconos populares para el aprovechamiento de las comunidades locales.

Todos estos proyectos, con resultados planeados a corto plazo, podrían terminar sepultados con la presencia de un nuevo alcalde, cautivo por la inevitable interinidad que generará su breve período y con la posible actitud de borrar la tarea hecha hasta ahora para emprender otro programa político. La presencia de una mano gris, que se muestra blanca pero que resulta negra, no solo conspira contra los recientes indicadores de crecimiento turístico sino que tiende a echar abajo las pretensiones de una ciudad que en tiempos del ruido se vistió de fiesta, y a la que muy seguramente no le llegarán todos los invitados.

 

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