Publicidad

Tragedia

Oscar Guardiola-Rivera
02 de abril de 2014 - 03:50 p. m.

Hay dos tipos de catastrofismo, uno ilustrado y el otro oscurantista. Ambos tienen en común una estructura del actuar bien conocida por los autores clásicos de las tragedias griegas y los guionistas de telenovelas.

Alguien, un profeta ciego o una bruja de tercera, anuncia la catástrofe futura para evitarla. Todos saben lo que ocurrirá y afirman su voluntad de conjurarla. Empero, paralizados ante la expectativa de lo que aún no ha tenido lugar, todos hacen lo necesario para que el desastre ocurra.

Dicha estructura explica nuestra impotencia frente al calentamiento global, cuya realidad actual confirma el reporte del panel internacional publicado esta semana. Pero también la ambigüedad de la sociedad colombiana frente al proceso de paz. Ambos fenómenos, que creíamos diversos, nos aparecen idénticos tras las revelaciones de la pesadilla ambiental que vive Colombia: extractivismo = violencia.

Es aquí donde cabe distinguir entre dos tipos de catastrofismo. El oscurantista reacciona frente a la catástrofe anunciada señalando como responsable a un otro, a quien presenta como el enemigo de todos: el hereje que osa disentir, el infractor del orden establecido. Dichas acciones disidentes y sus agentes son un efecto del anquilosamiento y homogeneización social, creativas pues se dirigen a transformar el estado de cosas. El oscurantista las presenta en cambio como causa del mal y a su encarnación como el anti-cristo: los violentos, los “castrochavistas” a las puertas del imperio.

Tomando el efecto por la causa, el oscurantista asume haber identificado tanto el origen del desastre por venir como la manera de conjurarlo: debemos contener al disidente, extirparlo si pasa a la acción. Al hacerlo, el oscurantista se presenta ante los demás como el sostenedor de las fuerzas del orden, y cree serlo. Su fe es ciega. En pánico, los demás compartimos su fe: consentimos el mal menor – el sacrificio de unas víctimas - para conjurar el desastre que aún no ha tenido lugar. O hacemos la vista a un lado, satisfechos al poder regresar a la finca o viajar por carretera en convoy militar. La visión del futuro incierto oscurece el presente.

El ilustrado dice: abran los ojos! Todas las víctimas son inocentes! Igualar a víctimas y perpetradores como si unas y otros hubiesen cometido un pecado original que debamos absolver es inmoral. La catástrofe por venir no existe, no aún. En cambio la injusticia está presente, ni ha pasado ni está por venir. El papel de las víctimas no se agota en perdón y olvido. Ni es justo que los beneficiarios presentes de la injusticia pasada conserven sus beneficios.

Antes que contener la catástrofe anunciada, se trata de aceptar que ya ocurrió, como observa el reporte sobre cambio climático. El momento de la justicia es hoy, no mañana.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar