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Transición en debate - II

Luis I. Sandoval M.
27 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.

¿Cuál es el cambio que se espera en Colombia cuando se habla de transición? La transición a la paz guarda relación con el tipo de confrontación que se busca superar: o es dictadura, o es conflicto armado interno, o es guerra civil.

En Colombia durante el último medio siglo no hemos tenido dictadura ni guerra civil, pero sí conflicto armado interno. La expresión conflicto armado se refiere a esa condición propia y particular de Colombia de ser una semidemocracia poblada de violencias: violencia política, violencia económica y social, violencia delincuencial, violencia contra la naturaleza, inclusive violencia de género y violencia intrafamiliar. 

No es una condición en que las violencias desplacen totalmente la democracia, sino un contexto en el que las violencias subsisten endémicamente e impiden el desarrollo de la democracia en todas sus dimensiones, en todos los espacios sociales y en todo el territorio nacional.

La transición en el país es, entonces, para pasar de la semidemocracia poblada de violencias a una democracia creciente sin violencia, en primer lugar, sin violencia política. Inmensa tarea que se inició con la incorporación de las guerrillas menores a la vida civil a comienzos de los 90 y que se continúa y profundiza ahora con la incorporación de las guerrillas mayores, FARC-EP y ELN. El componente territorial que en la actual transición se acentúa con sobrada razón, dada la presencia sostenida de los insurgentes en algunas porciones del territorio nacional, no quita que unos y otros hayan sido y sean pasos reales y efectivos hacia la paz.

Se ve por lo dicho la pertinencia pero también la limitación del concepto de transición empleado por el Alto Comisionado. La transición no es un momento, es un proceso, para el caso de Colombia largo proceso, no solo con presente y futuro, también con pasado, en el cual la característica tendencial es sacar las armas de la política, con tinte de derecha o con tinte de izquierda, al tiempo que se buscan condiciones reales para que el monopolio de la fuerza, en manos de instituciones legítimas, sea ejercido con equilibrio a través de fuerzas armadas gobernadas por el poder civil, alejadas de los desuetos esquemas de la seguridad nacional y la guerra interior, decididas a poner fin al fenómeno del paramilitarismo y las denominadas bandas criminales (BACRIM).  

El actual gobierno ha reconocido la existencia de conflicto político armado y consecuentemente entabla diálogos para buscar la salida política con un sentido de transición. Muy bien. Pero la transición no puede reducirse, si es para la paz estable y duradera, a acuerdos de terminación del conflicto y dejación de armas, sino que el marchitamiento de la confrontación armada ha de acompañarse creativamente del florecimiento de la política y la participación con posibilidades nuevas no solo para los que vienen a la vida civil, no solo en las zonas de mayor confrontación militar, sino para la sociedad entera, sus acciones,  asociaciones, movimientos y partidos. 

Este horizonte amplio de la transición surge de la sociedad largo tiempo movilizada por la paz como proyecto de país: un país más democrático y justo. La teoría, derivada de las experiencias contemporáneas, viene en auxilio de la práctica. Hay transición, según Giuseppe di Palma (1990), “cuando un acuerdo sobre las nuevas reglas de juego democrático ha sido alcanzado y puesto en funcionamiento”. Por supuesto, la sociedad, sin necesidad de estar en la mesa, es parte ineludible del acuerdo porque sin ella es impensable la política, la democracia, la paz estable y duradera. ¿Cómo juegan justicia social y justicia transicional en la transición? ¿Y la constituyente?

lucho_sando@yahoo.es

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