Tras el abuelo del rompe huesos

Eduardo Barajas Sandoval
24 de febrero de 2015 - 04:30 a. m.

Las fronteras quedan convertidas en artificios simbólicos ante el uso de la fuerza.

Cuando las explicaciones que se dan sobre actos internacionales se limitan a reconocer que no se pidió permiso de nadie, se entra no solo en el campo peligroso de la negación del derecho sino en el retorno a la época primitiva en la que el más fuerte terminaba, mucho más que ahora, irremediablemente por imponerse. Sería mejor que se pudiese evitar una escalada de aventuras en los ríos revueltos, que en la mayoría de los casos han precedido las conflagraciones mayores.

Sin entrar en confrontaciones estridentes, Turquía y Siria, que comparten una frontera extensa, militaron en campos diferentes a lo largo de la Guerra Fría. Pero ya desde antes sus relaciones habían estado marcadas por el pacto implícito de la dominación otomana, iniciada por la vía de la conquista militar en el Siglo dieciséis. Comoquiera que a la disolución del Imperio Otomano los británicos y los franceses se repartieron la zona, Siria quedó bajo el control de éstos últimos, y fue un tratado entre ellos y la Sublime Puerta, léase el gobierno del desfalleciente Imperio Otomano, el que está al origen del incidente de este fin de semana.

En efecto, en virtud de ese tratado suscrito en 1921, se acordó una curiosa cláusula según la cual la tumba de Suleyman Shah, el abuelo de Osman Primero, fundador del Imperio Otomano, a pesar de quedar en territorio sirio seguiría siendo considerada, con un área circundante de ocho mil metros, como territorio turco. Para efectos de su protección se acordó que los turcos podrían mantener en ese enclave una guardia adecuada e izar su bandera. La Siria independiente de 1943, sacudida del dominio francés, heredó el compromiso de respetar el tratado.

La guerra civil siria de nuestros días y la irrupción del extravagante y violento proyecto del autodenominado “Estado Islámico de Siria y el Medio Oriente” vinieron a introducir un elemento explosivo al funcionamiento del acuerdo. Los radicales del ISIS no tardaron en amenazar con la destrucción del sitio. Aunque hasta ahora no lo hicieron tal vez por el cálculo de lo que podría llegar a ser una reacción de Turquía, que tiene tropas de tierra a la mano listas a defender sus intereses.

Los kurdos de Siria, que controlan ahora la mayor parte de la región donde se encuentra la tumba, mal podrían estar prestos a defender los intereses turcos en el área. Así que el gobierno de Ankara resolvió motu propio y sin esperar a consultas con el régimen de Assad, asediado por los rebeldes y sin control sobre la zona, entrar con treinta y nueve tanques y más de cincuenta vehículos armados, destruir la tumba por su propia mano y llevarse los restos de Suleymán a la cima de una colina cercana de la frontera, todavía dentro de territorio sirio, protegida por tanques con bandera flotando.

Assad, por principio, ha reaccionado con furia en defensa de una soberanía que no puede ejercer en la región. Su preocupación es explicable, porque una cosa es que se haya permitido la presencia de ese enclave en virtud de un tratado que su país tuvo que heredar de Francia, y otra es que los turcos puedan entrar y salir a voluntad del territorio sirio y disponer, según su propia interpretación del tratado, sin pedir permiso ni dar explicaciones, el sitio en el que quieren ahora ubicar la tumba. Aunque han anunciado que eventualmente la trasladarán de nuevo, dadas las circunstancias, a su lugar original.

Todo parece indicar que Suleyman Shah murió ahogado en el Eufrates en el Siglo Trece. Y es muy probable que los restos tan venerados sean de quién sabe quién. Pero eso no quita que tengan un gran valor simbólico dentro de una cultura que atribuye extraordinaria importancia a las relaciones entre abuelos y nietos. Y es que Osmán Primero,“el quebrantahuesos”, fundador del Imperio Otomano a costa del Bizantino, que tuvo conciencia de los alcances de su poder muchos años antes del asalto final a Constantinopla, sentía veneración contagiosa por su abuelo. Razón suficiente para que siga siendo después de los siglos objeto del respeto de los turcos de ahora.

Además de demostrar que el proceso de disolución de las fronteras en la región es creciente, el incidente del cambio de lugar de la tumba es una nueva prueba de que el mundo sigue pagando el precio del desmonte inadecuado del Imperio Romano de Oriente, que fue el único capaz de construir cuidadosamente un orden razonable en el Oriente Medio, que después quedó, también en virtud de la fuerza, en manos de los turcos y su Imperio Otomano. Todo para venir a ser pervertido para siempre por la intromisión de los poderes europeos coloniales que terminaron por despedazar la región y exponerla precisamente a los problemas que ha tenido que vivir en el último siglo.

Por lo demás, la entrada de Turquía en las acciones del proceso contemporáneo, con una demostración de fuerza contundente, permite recordar la existencia y las posibilidades de intervención de una potencia que no tiene la costumbre de obrar con tibieza y cuenta con la experiencia histórica suficiente para conocer y manejar conflictos en la región. El presidente Erdogan, que no ahorra esfuerzos en su intento de revitalizar la influencia de su país en los dominios del antiguo Imperio Otomano, apenas ha dicho que la operación fue “exitosa más allá de cualquier clase de apreciación”. Está claro, porque así lo han dicho ya desde Ankara, que cualquier molestia a los intereses turcos, por ejemplo respecto de la tumba ambulante, sería considerado como un ataque a la OTAN. Y el Parlamento ya autorizó desde al año pasado el uso de la fuerza en contra del pretendido “Estado Islámico del Levante”. Ahí quedan todos advertidos.

 

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