Tres voces aterradoras

Eduardo Barajas Sandoval
15 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

Nuestra región y el mundo hacen conjeturas sobre los peligros de su destino inmediato, al ritmo de las declaraciones de tres gobernantes que no parecen tener límites en el ejercicio de su retórica amenazante. 

Ninguno de ellos ha ganado, ni perdido, ninguna guerra, por la sencilla razón de que jamás ha estado en un campo de batalla.  En cambio, los tres dan rienda suelta a su imaginación, arropados en el follaje de sus aduladores, y aprovechan el mando sobre ejércitos que consideran invencibles para dar a entender que lo pueden todo. Su falta de prudencia y de realismo les lleva a reducir el mundo a las proporciones de su ambición, y tal vez crean infalible el cálculo de sus propósitos.    

Parecería que no recuerdan, o les importa poco, el hecho de que la fuente de su poder revista precariedades frente a lo que podría ser un estándar plenamente democrático.  Uno, porque según el diseño del sistema electoral puede gobernar, a pesar de no haber obtenido la mayoría de los votos de los ciudadanos. Otro, porque a punta de burla y golpes, bajo los designios de una potencia extranjera, ha conducido al desconocimiento de las instituciones que había jurado defender. Y el tercero, porque simplemente heredó, como en los tiempos más arcaicos, un poder omnímodo, arbitrario e incuestionable. 

Los tres coinciden en darle rienda suelta a todo aquello que se les ocurre pensar, animados por la euforia del ejercicio del poder. Así, han terminado por gobernar sus países esencialmente por medio de la propaganda, mezclada con una dosis elevada de autoritarismo, es decir, con el ánimo de manejar las cosas a su antojo. Tal vez no han comprendido que, a ese ritmo, puede llegar el momento en el que las decisiones políticas se salgan de la razón y terminen por generar catástrofes. 

Desde Washington, Caracas o Pyongyang, los respectivos gobernantes han activado como pocas veces el aparato reproductivo de los medios de comunicación, tanto de los tradicionales como de los que están dispersos por pantallas individuales en todo el mundo. Esto quiere decir que se han dedicado a alimentar la bestia de la información, sea con discursos, declaraciones, o a más no poder trinos, ofreciendo espectáculo para todos los gustos, con el ánimo de producir una imagen de poder que, salvo en Venezuela, por ahora no ha llegado mucho más allá de las palabras. 

Parece que siguieran el consejo de mantenerse a la ofensiva y no desaprovechar oportunidad de mostrar su fuerza, ni dejar “ofensa” sin respuesta. Ante esa arremetida del más insospechado modo de terror, millones de ciudadanos siguen los acontecimientos bajo el fuego cruzado de declaraciones que harían pensar que, en cualquier momento, va a estallar una guerra. Las nuevas generaciones han de saber que una de las conquistas de las relaciones internacionales llegó a ser la del respeto y que hasta hace poco los jefes de Estado no acostumbraban a amenazar ni a insultarse; y que no obraban así necesariamente por hipocresía sino por decencia.  

En muchos casos sin saber dónde queda Corea o qué quiere decir Venezuela, y por lo general con el único referente de un ambiente enrarecido en los omnipresentes Estados Unidos, se hacen conjeturas sobre escenarios posibles. Ante la desorientación general, en el firmamento brillan desde intérpretes serenos y juiciosos de la situación hasta prestidigitadores y mensajeros de catástrofes. Que si unos cohetes pueden destruir las bases que hay en Guam. Que si la respuesta contundente a un ataque norcoreano puede dejar de afectar a la Corea amiga. Que si los militares se compadecen de la mitad del pueblo venezolano y retornan a su tradición de tomarse el poder. 

La preocupación parece aumentar, en lugar de disminuir, en la medida que pasan los días y se vencen los plazos presumibles, sin que tengan lugar los hechos. Hasta que, como en los cuentos infantiles, la escalada pierda momentum y tal vez presenciemos, otra vez, un parto de los montes, sea porque, de tanto hablar, los pregoneros de la hostilidad verbal terminen por incurrir en contradicciones, sea porque surgen fuerzas prudentes y realistas que los disuaden, o porque pierden el control de su propia máquina antes de lanzarla de verdad a las acciones que han anunciado. 

Entretanto, desde las tres capitales mencionadas se le está haciendo un daño innecesario a la humanidad. El ejemplo de crispación, insultos, menosprecio de la institucionalidad, amenaza abierta, y sobredimensionamiento de las posibilidades de cada quien se puede convertir, por la vía del ejemplo, en moneda corriente de una retórica cotidiana de las relaciones humanas. Porque los gobernantes, para bien o para mal, influyen en el ánimo de los pueblos y marcan, en muchos casos sin darse cuenta, el tono de la vida de cada sociedad. 

Por fortuna, cada día que pasa, sin que se cumplan las amenazas, es un pequeño triunfo para la seguridad de los habitantes de un mundo indefenso, que debería aprender a reaccionar con criterio de ciudadanía universal para rechazar a esos nuevos extremistas que abusan del poder de la palabra, y quitarles el crédito de una confianza que no merecen. 

 

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