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Tristeza moderada

Diego Aristizábal
13 de enero de 2013 - 11:00 p. m.

Podría empezar diciendo algo así como: “Me pudre la gente que siempre está feliz” pero no es así, no tengo nada en contra de aquellos que se ven siempre muy alegres, que lucen una sonrisita en los labios que deja de ser natural y se vuelve entonces la máscara impuesta por un librito de superación personal que sugiere: “Siempre alegre, sonríe, el simple hecho de estar vivo amerita una carita feliz, azul, trata de ver todo como si fuera azul”.

Lo cual resulta curioso porque, por ejemplo, ese color que para algunos denota alegría, en inglés cotidiano decir: “I feel blue” significa estar triste, melancólico. De ahí mismo se deriva el blues, ese género maravilloso que desgarra el corazón, que nos hace sentir que la vida tiene sentido en la medida que nos hacemos conscientes de ella. Pero no viene al caso hablar aquí de William Moore, Clifford Gibson, Tommy Johnson, B.B. King o de tantos genios del blues; apenas, si se quiere, se puede escuchar de fondo una guitarra y una voz que cuentan historias y melancolías mientras yo concreto mi idea. 

Desde hace algún tiempo me resulta curioso conocer personas que no soportan ver por un momento triste al otro, como si la vida tuviera sólo un estado de ánimo, como si no fuera posible sentirse desgraciado por un instante, derrotado y llorar intensamente hasta que duelan los músculos de la cara. Apenas asoma una actitud meditabunda surgen preguntas estúpidas como: “¿Está aburrido?, cambie esa cara, mire el día como está de bonito…”, como si estar triste fuera un pecado y no una necesidad. Tristeza no es depresión ni tampoco es un asunto de poetas malditos, de seres perdidos en la noche, rodeados de humo de cigarro y borrachos. En esta vida uno tiene derecho a sus tristezas, a que nadie haga el intento de quitárselas apenas afloran, al fin y al cabo, como dice Cerati en Adiós: “Pones canciones tristes para sentirte mejor”.

En Colombia son tantas las cosas terribles que ocurren a diario que fácilmente podríamos declararnos el país más triste de todos, pero al contrario, siempre ocupamos los primeros puestos en el ranking de los más felices. Nos parecemos tanto a las hienas: mientras comemos mierda nos reímos porque nos enseñaron a repetir: ¡Alegría, alegría! ¡Ennnnntusiasmo! así nos sigamos irrespetando y matando todo el tiempo. Este país, por lo visto, nos quiere hacer inmunes, más duros para que olvidemos a punta de carcajadas lo que significa el dolor.    

Ahora, no pretendo que nos declaremos en una tristeza perpetua, a mí no me gustan las tristezas eternas, esas que dan la impresión de que todo es plano en la vida y no se cree en la existencia de otros estados de ánimo que la enriquecen. En el asunto de las emociones el radicalismo hace mucho daño. La tristeza es más placentera en la medida que se concibe como algo pasajero que después de sentirse nos hace más humanos, nos hace entender al otro.  

Podrá sonar paradójico pero he llegado a descubrir que una tristeza bien llevada es de las alegrías más sublimes que puede sentir el hombre. 

desdeelcuarto@gmail.com

@d_aristizabal

 

 

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