Tu fe me elegirá; vota en paz

Cristo García Tapia
27 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

No obstante el carácter laico que proclama, sugiere o entrevé la vigente Constitución Política de 1991, o sus desarrollos posteriores sobre el tema, Colombia es, si no el único, uno de los pocos países de Occidente, en el cual Dios elige, es elegido, legisla, preside y gobierna, situación que, valga decir, contradice y excluye la laicidad como precepto inalienable del Estado.

Y, por supuesto, consagra a Dios como el Gran Elector; el que decide quién gana las elecciones, quién las pierde, a cuál partido y candidatos avala; cuántos y por cuáles circunscripciones entre pastores, pastoras y apóstoles, ya también se hacen llamar tales las y los predicadores de los nuevos brazos políticos armados de la fe, que flamean las banderas teocráticas para hacerse elegir, legislar y gobernar en nombre y por delegación directa de Dios, o de su unigénito hijo.

A quien, de un tiempo para acá y por obra y gracia de algún favor recibido: la rifa de una curul, una excarcelación por vencimiento de términos, una prisión domiciliaria por colaboración con la Fiscalía, etc., se le entregan las llaves de alcaldías municipales, se le proclama secretario de los concejos y asambleas, defensor de oficio en juzgados, enlace entre los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, y de cuanta tarea, deber, oficio, función, todas ad honorem por supuesto, no está en capacidad de ejercer con competencia, ética, dignidad y decoro el sujeto elegido, nombrado, encargado o ungido, para tal fin.

En este escenario, desde luego, no es posible la separación de poderes entre Estado e iglesias, que no Iglesia prevaleciente a lo largo del siglo XX en nuestro país, que se pregona y divulga institucionalmente, pero que en la práctica apenas sí es una ficción; un atajo para imponer credos y doctrinas propios del Estado confesional y teocrático.

Para fortalecer ideologías y modelos de gobiernos conservaduristas, cuyo fin es el acorralamiento de la democracia,  de los derechos sociales, políticos, culturales, y de la eliminación de la inclusión en todas sus expresiones.

Si durante más de 400 años fue la católica en su condición de religión oficial la que trazó el rumbo de la sociedad colombiana, tanto en materia de fe como ideológica, política, educativa y formativa, hoy ese predominio y privilegio debe compartirlo con una variada oferta en el mercado de la fe de religiones, sectas y credos, cuyo poder es cada vez más creciente y efectivo gracias al binomio de poder y alianzas electorales que han construido con igual variedad de partidos y movimientos políticos y que le han permitido a unas y otros desnaturalizar el carácter laico, neutral, del Estado e instrumentalizarlo en favor de sus causas de fe.

En esa dirección camina la nación: en la consolidación de un sistema político teocrático; de una institucionalidad al servicio de la fe; de un territorio fragmentado en jurisdicciones religiosas, que no políticas y administrativas conforme lo determina su ordenamiento territorial y político.

En sacrosanta alianza, desde luego, con los clanes familiares, políticos y económicos que hoy, como en un modelo de negocios exitoso, diversifican su participación en el lucrativo negocio de lo público, la corrupción, ungiendo pastores, pastoras y apóstoles a sus vástagos, sin descuidar su original  y siempre productivo del clientelismo y las baronías tradicionales.

Que cada individuo en particular profese la religión y la fe que le venga en gana, o ninguna, es un derecho indiscutible del cual puede hacer uso sin interferencia, pero de ahí a permitir que el Estado sea el instrumento que coadyuve a la construcción y consolidación de una institucionalidad, de un sistema político, de un modelo educativo y formativo orientado por la fe y la religión, es la negación de aquel como garante de la pluralidad ideológica, política y religiosa proclamada en la Constitución Nacional y pregonada oficialmente.

Y eso está ocurriendo en Colombia y a tal punto es apremiante que, para las elecciones presidenciales de 2018, serán las iglesias, sectas y religiones con sus millones de fieles debidamente inscritos en el padrón electoral, las que decidirán quién será el escogido por Dios, Gran Elector, para ofrendárselo de Presidente de la Republica.

Pero eso no se debate, cuestiona, ni convoca más allá de aquellos que, no deben ser muchos, les incomoda la predica falaz acerca de un Estado laico que no es tal y menos, el garante efectivo de la neutralidad y los derechos fundamentales de todos los colombianos sin discriminación.

* Poeta.

@CristoGarciaTap

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