Última utopía en la frontera

Arturo Guerrero
28 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Si algo faltaba para acaba de hundir la izquierda política en América Latina, ese algo se llama Venezuela. El desastre actual de este país caribeño y gozador es el acabose de la utopía de los años 60.

A finales del siglo pasado, al lado del locuaz comandante Chávez, ganaron elecciones en medio continente diversos populismos zurdos. Sus discursos fueron libertadores. Sus motivos, justos. Sus acciones, irracionales. Sus disculpas, teatrales. Sus resultados, corruptos y hambreadores.

Con ellos terminó de enturbiarse el aura seráfica que impulsó a varias generaciones románticas a partir de la revolución cubana. Casi 60 años después del "patria o muerte", esta zona del planeta se quedó sin patria y con mucha muerte.

El remedio socialista resultó igual, en uñas largas, que la enfermedad oligárquica que por siglos había esquilmado a los desheredados de la tierra de Bolívar. Y peor, en inteligencia y libertades.

Es indiscutible que el abono de estas revoluciones fugaces fueron las iniquidades cometidas por los políticos de los partidos centenarios y por los ricos de sombrero de copa y látigo para cruzar las espaldas trabajadoras. Todos amparados bajo la garra enorme de la potencia gringa: ¡I took Panama!

Lo desconsolador es que el izquierdismo, única fuerza opositora que durante casi un siglo prometió paraísos de igualdad y repartición general de la riqueza, peló el cobre al masticar la golosina del poder. Golosina de sal, precisaría el poeta Helí Ramírez.

Los pueblos, encolerizados contra las castas conservadoras, hoy se encolerizan con más fuerza contra estos atroces redentores. Es que se habían anunciado como creadores de un hombre nuevo y a la postre envilecieron a todos los hombres. Al traicionar una esperanza se ganaron doble castigo: por ser tan rapaces como los anteriores y porque ¨se aprovecharon de mi nobleza¨.

Desenfundaron entonces sus disculpas teatrales: es culpa del imperio, son los ricos que se llevan los capitales, aquí hay paramilitares de la derecha colombiana. Como si sus modelos económicos y políticos por sí solos no bastaran para aplastar el altisonante vibrato de sus libretos.

Y aquí estamos, a esta hora de la Constituyente de Maduro, viendo esas filas apretadas de gentes con maletas, cajas, colchones, neveras al hombro, atravesando el puente fronterizo o la trocha fluvial semiseca. Llegan a vivir en cualquier parque, a comer de la caridad, a mordisquear algún trabajito, con tal de vivir, simplemente vivir.

Los más holgados se desbandaron antes a nuestras grandes ciudades, algunos bien conectados lograron un empleo, otros vencen su vergüenza vendiendo chucherías en TransMilenio. Son técnicos dentales, músicos, bien plantados, bien hablados.

El éxodo venezolano es paralelo a la torpeza e incapacidad del gobierno bolivariano. Millones votan contra este, millares huyen de este, centenares se cubren con escudos de palo en las barricadas de los muertos.

García Márquez dijo que, como costeño, se sentía más afín a los mamagallistas de Caracas que a sus paisanos grises de los Andes bogotanos. Pues bien, esos caraqueños, más nuestros que nosotros, son nosotros escapando de la última utopía  sobre la tierra.

arturoguerreror@gmail.com    

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