Publicidad

Un acierto de Marx

Luis Fernando Medina
22 de enero de 2014 - 04:42 p. m.

Como tantos otros estoy un poco sorprendido con el Papa Francisco.

Probablemente ninguna otra figura de relevancia mundial ha sido tan vehemente a la hora de criticar los excesos del capitalismo moderno. Pero como dije, estoy solo un poco sorprendido. No mucho. Su antecesor Juan Pablo II también criticaba duramente los excesos del capitalismo como lo han hecho prácticamente todos los papas por lo menos desde León XIII. La "doctrina social de la iglesia," su "opción preferencial por los pobres" y demás cosas por el estilo son parte del pensamiento oficial católico desde hace mucho tiempo. Pero no tenemos que limitarnos al catolicismo, muchas vertientes religiosas cristianas y no cristianas se la pasan condenando la codicia y la búsqueda desmedida del lucro. Ocurre en el islam, en el judaísmo, en el budismo, en el hinduísmo, en el sikhismo, entre los baha'i, y así sucesivamente. Escojan una religión y casi con seguridad van a encontrar vertientes que claman en contra de las excesivas desigualdades, en contra del capitalismo rampante, en contra de la obsesión por el dinero y todo lo demás.

Los resultados están a la vista: el capitalismo ni se inmuta. Sigue creciendo, llegando a cada vez más sitios, mercantilizando cada vez más aspectos de la sociedad, acumulando cada vez más. Ahora incluso es capaz de generar sus propias iglesias como ocurre entre algunas sectas evangélicas americanas que rinden culto a la "prosperidad," o con los "fans" de predicadoras ateas como Ayn Rand que criticaba la caridad y exaltaba la codicia.

La crisis económica global de los últimos cinco años ha puesto de relieve algo que ya se sabía: llevamos más de treinta años de aumentos en la desigualdad en las economías claves. Incluso en América Latina, donde se han obtenido algunos avances en equidad, el cuadro es bastante complicado con algunos indicadores mejorando mientras otros empeoran y siempre como resultado de un esfuerzo desmesurado. Las ganancias en erradicación de la pobreza en la región cuestan cada vez más en términos de crecimiento y gasto público.

Tal vez llegó la hora de reconocer una verdad un tanto impopular en estos días. Por encima de cualquier religión, de cualquier movimiento espiritual, la única fuerza que tiene un record histórico probado a la hora de detener el capitalismo, aunque sea por un tiempo reducido y en unos cuantos lugares, a veces benignamente a veces con costos humanos exorbitantes, ha sido el socialismo en sus distintas manifestaciones. Como es sabido, el socialismo "real" de la esfera soviética naufragó en medio de una mezcla tóxica de autoritarismo, corrupción y estancamiento productos inevitables de la malhadada planificación central. Sin embargo, en medio de semejante cúmulo de desastres esos países construyeron sistemas de redistribución y de protección social tales que en los años posteriores a la transición de 1989 los viejos partidos comunistas se mantuvieron viables electoralmente e incluso ganaron elecciones competitivas.

Pero no es necesario limitarnos al caso de Europa Oriental. En Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial los movimientos socialistas y laboristas fueron decisivos a la hora de crear algunas de las sociedades más prósperas, libres e igualitarias de que tenga memoria la humanidad. Incluso en Estados Unidos, supuestamente el país más refractario al socialismo en el mundo, la presión política del movimiento obrero organizado contribuyó a crear la legislación laboral y el estado del bienestar.

Según muchos líderes espirituales y religiosos, el verdadero cambio social, el único capaz de perdurar en paz, es el que comienza por cambiar los individuos. Entonces, ¿cómo se explica que a la hora de confrontar al capitalismo, la única fuerza que tuvo algún éxito (de unas pocas décadas, es cierto) fue un movimiento secular que no se hacía mayores ilusiones sobre la codicia de los capitalistas? Es verdad que muchos socialistas creían que el socialismo iba a cambiar la naturaleza humana (el Che Guevara y su prédica sobre "el hombre nuevo" es solo un ejemplo). Pero a la hora de las decisiones prácticas, esas discusiones eran irrelevantes: primero venían las conquistas políticas y las especulaciones sobre la naturaleza humana vendrían después.

Si la pregunta resulta impopular, la respuesta también. Para entender este fenómeno vale la pena remitirse a uno de los atisbos de Marx. Marx reservaba enormes dosis de su inagotable sarcasmo, del que a veces abusaba sin necesidad, para los moralistas de su tiempo que trataban de formular un discurso ético en contra del capitalismo victoriano. Su argumento era tan sencillo como contundente: el capitalismo no es un sistema poblado por individuos codiciosos, el capitalismo es la codicia misma hecha sistema.

Cuando me desespero con mis estudiantes porque confunden economía de mercado con capitalismo me acuerdo de que ese error elemental lo cometen también muchos de los más distinguidos "formadores de opinión." Mercados ha habido desde que existe la especie humana. Capitalismo no. Según Marx, lo que distingue al capitalismo es la existencia de algunos mercados muy específicos: mercados de factores de producción como el trabajo y el capital. Esto quiere decir que la subsistencia misma de los agentes económicos depende de que concurran al mercado.

De ahí la ineficacia de tantas admoniciones espirituales contra la codicia a la hora de detener el avance del capitalismo. El problema no es que los individuos estén obsesionados con entrar al sistema. El problema es que viven en constante y justificado temor por quedarse por fuera de él. El trabajador que no logre vender su fuerza de trabajo es un ciudadano de segunda. La firma que no logre crecer está condenada a ser devorada por sus competidores. Ante esa realidad, los agentes económicos terminan por tratar las advertencias de los papas con la misma reverencia con que les merecen sus pronunciamientos en contra del condón. De esto nos quedan una lección histórica y una advertencia para el futuro.

Primero la lección de historia: los movimientos socialistas siempre buscaron sustraer, aunque fuera un poco, al trabajo de los sistemas de mercado porque era allí donde había que actuar. El seguro de desempleo, las pensiones, los servicios universales de salud y cosas por el estilo eran causas tan caras al socialismo precisamente porque estaban dirigidas a atenuar los desastres que le caen a quien se quede por fuera del capitalismo.

Ahora la advertencia: en todo el mundo el socialismo está en retroceso desde hace unos treinta años. Por muchas razones, su actor protagónico, el movimiento obrero, especialmente en la industria, se encuentra desarticulado, tal vez en forma definitiva. Si pueden surgir o no nuevos protagonistas es asunto para reflexionar. Pero una cosa sí queda clara: los logros del socialismo en el siglo XX fueron producto de que fue el movimiento que mejor entendió que la superación del capitalismo requería de acción colectiva y politizada, encaminada a cambiar la lógica misma del sistema, más que de iniciativas dispersas o difusos cambios espirituales. Mientras no se logre reconstruir algo similar en los nuevos tiempos seguiremos asistiendo al espectáculo de emocionantes discursos de nuestros líderes espirituales transmitidos por televisión en el breve espacio que queda entre los segmentos de propaganda. 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar