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Un año después

Juan Carlos Botero
24 de abril de 2015 - 03:02 a. m.

Ha pasado un año desde que falleció García Márquez, y no sobra recordar las muchas razones de su importancia. Reiterar, por ejemplo, la primera y la más sobresaliente: la poderosa influencia de sus textos, la cual ha dejado una huella como pocas en tiempos recientes.

A tal punto que es probable que la imagen que se tiene de América Latina en el resto del mundo está moldeada, en gran medida, por la obra de García Márquez. En ese sentido, ningún otro novelista ha tenido un impacto cultural comparable.

No sólo eso. Además de tener el talento de concebir una visión propia y original de América Latina, esa visión ha sido tan exitosa y persuasiva que la misma ha terminado por confundirse con la realidad. Y eso no es poca cosa. Hoy en día advertimos la presencia del gran autor en la vida diaria del continente. O sea: reconocemos y definimos nuestra tierra con el rótulo de García Márquez. Y en medio de la cantidad de grandes novelistas del continente, muy pocos han logrado un efecto de esa magnitud.

La mayor parte de los escritores describen y recrean la realidad. Pero hay unos pocos talentos privilegiados que además ofrecen una imagen tan coherente y contagiosa de la misma, una interpretación personal tan seductora y convincente que la terminan definiendo para el resto de los mortales, y con sólo pronunciar el nombre de aquel artista podemos resumir ese territorio, ese fragmento de nuestra realidad, o esa característica esencial de la vida sin la necesidad de agregar nada más. Dante, Cervantes, Shakespeare, Dickens, Kafka, Faulkner, Orwell y Borges son algunos de estos ejemplos singulares. Y otro es García Márquez. Es decir: si hoy interpretamos nuestra realidad como macondiana, es gracias a la obra de este escritor. Su conjunto de textos tuvo la fuerza de imponer una manera nueva de percibir nuestro espacio, pues se trata de una obra espejo mediante la cual los habitantes de América Latina nos identificamos. Y a veces es tan poderosa la suplantación, que al recorrer nuestro territorio lo que vemos es el ámbito de García Márquez, y entonces decimos: “Esto es Macondo”.

Hay una prueba diciente de ese impacto cultural. Desde hace años no hay un premio nobel de Literatura que se declare discípulo de un novelista en español. Con García Márquez, en cambio, sucede lo contrario: desde hace décadas no hay un solo ganador del Nobel que no se haya declarado, en algún momento de su vida, admirador o heredero de García Márquez. Este novelista es el más aplaudido por sus colegas, y es el que más ha trascendido fronteras.

Repito: desde hacía 400 años no se advertía, en relación a un novelista en español, una trascendencia similar. Pero ojo: no estamos hablando de éxito comercial ni de número de traducciones, sino de impacto cultural. Quizás por eso se puede decir que García Márquez no sólo es el novelista más destacado de Colombia de toda su historia, sino que lo más probable es que este colombiano sea el novelista más importante de toda la lengua castellana después de Cervantes. Así lo señaló Pablo Neruda en varias ocasiones, y así lo repetía el catedrático de la universidad de Harvard Juan Marichal, cada vez que podía. Con el paso del tiempo, ese veredicto no sólo se escucha con mayor frecuencia, sino que parece más acertado y, ante todo, más justo.

 

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