Un barco que no se hunde

Eduardo Barajas Sandoval
22 de septiembre de 2015 - 02:14 a. m.

“Hoy en Europa, Grecia y el pueblo griego son sinónimo de resistencia y dignidad”, dijo Alexis Tsípras para celebrar su nueva victoria.

Según la “sabiduría convencional” los griegos han debido escoger la opción de la derecha. Allí están los tecnócratas, educados en Harvard, como debe ser, capaces de entender y de llevar a cabo las políticas impuestas por sus equivalentes alemanes, y por los de las demás capitales europeas fieles a los postulados de las reglas de la austeridad. Y si esa no fuese razón suficiente, han debido votar por la oposición, por la sencilla razón de que Tsípras, que en enero de 2015 recibió el mandato de sacarlos de una vez de la austeridad, reforzado por un referendo seis meses más tarde, no pudo cumplir su promesa y regresó a casa como niño regañado por no aprobar el examen de un idioma extranjero.

Pero resulta que no. La experiencia de vivir el día de elecciones in situ ha sido maravillosa. Contra la lógica de la ortodoxia capitalista, los griegos prefirieron expresar otra vez su repudio ante las condiciones impuestas por poderes externos que ya comenzaron a apoderarse de sectores claves, como los aeropuertos regionales, que pasaron a manos de los alemanes, e insistieron en demostrar que cuatro mil años de rebeldía son preferibles a unos pocos de humillación.

Había que estar aquí para esta ocasión. Las angostas carreteras que unen a las aldeas sencillas del Ática brillaban el domingo al anochecer con un cierto resplandor de orgullo nacional. En Kifisiá, donde habita parte de una élite comparable a la que tradicionalmente ha mandado, se ha divertido y se ha enriquecido en América Latina, el ambiente era callado, como corresponde a los momentos en los que hay que reconocer la adversidad y hacer cálculos sobre lo que ahora se viene encima. Por lo demás, las tabernas estaban abiertas y se mantenía animada esa vida diaria de quienes no pueden renunciar a la dicha de vivir.

En la insistencia de los griegos en el OXI, (óji), es decir NO, convergen dos tradiciones: la de la rebeldía y la de la reiteración de una visión que desde la época bizantina y la liberación del yugo turco se tiene del mundo, contra todos los poderes, sobre todo los extranjeros, que pretendan abusivamente decirle a una sociedad cómo tiene que vivir. De manera que la neta mayoría ha escogido el camino de las dificultades. Para disfrutar con el espíritu dramático de todos los tiempos, otra vez, las incidencias de la crisis y de la lucha por seguir siendo quienes son. Algo en lo que los griegos están más que entrenados por varios siglos.

Aquí saben hasta la saciedad que el resultado electoral no va a obligar a los extranjeros, arrogantes e ignorantes, a cambiar de actitud. Tienen claro que los líderes de Europa se tendrán que aguantar otra vez a Tsípras, sonriente y desafiante, con su Varifakis o el que sea, hablándoles en un idioma que no pueden comprender, pero que lleva las credenciales democráticas del apoyo mayoritario de un pueblo que de manera contundente les manda decir que para salir de la crisis es precisa más imaginación y mejor sentido de sensibilidad social. Para que de pronto no insistan en someter a un pueblo europeo, a la brava, a un bombardeo peor que los de la Segunda Guerra Mundial, ahora silencioso, dirigido directamente al bolsillo y al estómago de cada quién.

Es otra vez la capacidad de decir que no. Como se lo dijeron a los que al comenzar la Segunda Guerra Mundial les pidieron que se rindieran de una vez para evitar el baño de sangre de una invasión que no podrían resistir. Y recuerdan que entonces vino lo que vino y que pagaron gustosos y bravíos el precio que vinieron a pagar. Ejemplo para todo el mundo, porque es bueno que haya pueblos capaces de decir que no y a los que les complace decirlo, para que no venga cualquiera a pisotear su orgullo impunemente, como sucede en lugares donde los que tienen la sartén por el mango terminan por hacer lo que les dé la gana para meter reformas peregrinas, modificar el Estado, comprarse con caramelos a todo el mundo y darle vueltas al pueblo en un baile del que esperan salga borracho y feliz, sin que tenga el coraje de decir que NO.

En la mañana del lunes, a la hora de escribir estas líneas, el cielo de toda el Ática amaneció nublado y gris. De pronto la brisa comenzó a soplar al contrario, de la tierra hacia el mar, para desterrar los males, como dicen los agoreros. Después se desató una tormenta inclemente de rayos, con chubasco de medio lado, que no dejaba ver el mar, confundido con los grises del firmamento. Anuncio seguro de lo que nos espera, dijo una anciana sentada tras la ventana de su casa del suburbio de Várkiza, sobre el camino que lleva al Cabo de Sounion, donde bautizaron el Egeo cuando el rey del mismo nombre se lanzó por el acantilado cuando vio que la nave de su hijo Teseo traía velas negras, que dejó infladas por olvido, como si no hubiera sido capaz de matar al minotauro. Vaya uno a saber lo que la vieja llena de sabiduría quiso decir.

 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar