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Un comparendo pedagógico

Columnista invitado EE
11 de octubre de 2014 - 01:26 a. m.

Pensaba que los comparendos pedagógicos consistían en sentarse durante horas a escuchar un sermón explicativo de por qué había que cumplir las normas de tránsito, un sermón ignorado por todos los oyentes, conscientes de haber cometido una infracción cuyos motivos siempre habían conocido.

Iba con unas amigas hacia La Calera a realizar una labor social. Cogimos la Séptima en sentido norte-sur para subir por la calle 94, pero en medio del camino nos dimos cuenta de que no teníamos gasolina. Para tanquear tuvimos que pasarnos de la entrada y después buscar algún retorno para coger la calle en sentido opuesto. En el primer semáforo por el que quisimos cruzar estaba prohibido el giro, por lo que tuvimos que seguir. En el siguiente no había ninguna señal, así que bajamos la velocidad para hacer la oreja. Los estruendosos pitos y la gran dificultad para encontrar el momento oportuno nos indicaron que algo no andaba bien, lo cual comprobamos tres segundos después de haber girado cuando vimos a un policía listo para multarnos.

—Señor, ahí no hay señal de prohibido —dijo mi amiga al volante.

—Claro que sí, ¿no la ves? —señaló con el dedo varias veces, pero no lográbamos verla—. Es de lógica que si el semáforo nunca deja espacio para un giro, está prohibido. Préstame los papeles, porfa.

Todas sabíamos que había sido absurdo hacer ese giro. Todo jugaba en nuestra contra. Sólo quedaba a un recurso: la compasión del agente. Le dijimos que éramos estudiantes y que no teníamos plata. Él decía que nos dividiéramos entre las cuatro y todo solucionado. Le insistimos y añadimos que íbamos para una labor social.

—Bueno, pues escojan, ¿quieren multa o les pongo un trabajito?

Hubo silencio profundo. Me alcancé a imaginar todo tipo de “trabajito” y por eso dudé en responder.

—¿Trabajito? —dijo una.

—Sí, unas planas. Cincuenta cada una.

Era muy bueno para ser cierto; fue unánime la decisión: trabajito.

Dos minutos después cada una escribía en una hoja “No debo hacer giros prohibidos”. Ninguna podía creerlo. Mientras tanto, él, sonriente, nos hacía preguntas y nos explicaba porqué el giro estaba prohibido. Con la mano adolorida, entregamos la tarea. El agente contó detenidamente las 200 planas y dijo: —Listo, pueden irse. Ya saben que no deben hacer giros prohibidos.

Efectivamente, a todas nos quedó grabado. Ese día entendí que existen comparendos realmente pedagógicos.

 

*María Serrano

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