Un mundo al revés

Armando Montenegro
18 de febrero de 2017 - 02:27 a. m.

“Y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Todas esas cosas había una vez cuando yo soñaba un mundo al revés”.

Pero no es un sueño. La avalancha de hechos inusuales que, uno tras otro, han sucedido desde que Donald Trump ascendió a la Presidencia de Estados Unidos nos hace pensar en que el mundo, en realidad, está patas arriba.

Los que crecimos en la época de la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética y Estados Unidos se amenazaban con armas nucleares, no podemos dejar de sorprendernos de que el adversario histórico de los norteamericanos, Rusia, haya intervenido en sus elecciones presidenciales para ayudar a elegir al candidato del partido de Reagan y Nixon, un devoto admirador de Putin. Y la sorpresa es mayor cuando todos los días aparecen evidencias de los contactos estrechos entre la gente de Trump y los espías y agentes rusos, hasta el punto de que muchos norteamericanos se preguntan sobre la naturaleza y la magnitud de la dependencia de su presidente con el exdirector de la KGB.

La afirmación de que el gobierno de Estados Unidos tiene verdades alternativas, distintas a las que se conocen a través de las fotos, las mediciones y las estadísticas, así como su insistencia en sostener cosas que evidentemente son mentiras, fue paso adicional a las posverdades que se impusieron en la pasada campaña electoral. Una verdad distinta a la suya, a los ojos de Trump y sus seguidores, es sólo parte de una conspiración de la prensa y la oposición. Estas posturas del gobierno de Trump pusieron a la gente a releer a Orwell, Hannah Arendt y los autores que analizaron la caída de la democracia y el ascenso del fascismo en el siglo XX.

Quienes han conocido las tradiciones y protocolos de control de los conflictos de interés no pueden entender que un presidente en ejercicio siga conectado con sus negocios inmobiliarios; que su hija, con la ayuda de funcionarios públicos, promueva sus productos desde la Casa Blanca, y que sus clubes se valoricen con la celebración de actos oficiales en sus instalaciones. Que este tipo de hechos hubiera tenido lugar en la Nicaragua de Somoza o en algún país africano era comprensible, pero que esté sucediendo ahora en Estados Unidos y que, en realidad, no pase nada es otra señal de que el mundo está al revés.

Aquellos que están acostumbrados a que los funcionarios lleguen a sus oficios a adelantar las políticas a su cargo se han sorprendido de que se haya puesto al frente de algunas instituciones a connotados enemigos de las mismas: una persona contraria al medio ambiente a cargo de la protección ambiental; una enemiga de la educación pública en la Secretaría de Educación, y otra contraria a la regulación energética en la de Energía.

Los que conocen las creencias, los odios y amores de los grandes grupos cristianos del sur y el centro de Estados Unidos y saben de su fanático conservatismo, su estricto moralismo y su desdén por los millonarios del este, se sorprenden por su lealtad y admiración por un presidente mujeriego, admirador de los rusos y con negocios dudosos, que promueve políticas dirigidas a hacer más ricos a los ricos y que poco beneficiarán a los pobres campesinos y obreros que votaron por él.

Lo que se puede pensar, por ahora, es que este mundo alrevesado es la consecuencia de un mandatario que actúa como un mico saltando y corriendo en un pesebre.

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