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Un mundo en transformación

Arlene B. Tickner
03 de septiembre de 2014 - 03:29 a. m.

En medio de la intensificación de las tensiones entre Rusia y la OTAN en torno a Ucrania, el fortalecimiento del Estado Islámico en Irak y Siria, la agudización de la crisis en Libia, el endurecimiento de la oposición china a la democratización en Hong Kong y el conflicto entre Israel y Palestina, entre muchos otros puntos críticos de la coyuntura internacional, es difícil no ver que el orden mundial experimenta un complejo proceso de transformación.

En éste, el papel futuro de Estados Unidos y del internacionalismo liberal se ha convertido en punto central de discusión.

Autores como Robert Kagan y John Ikenberry han argumentado que el declive en el poderío del país del Norte es relativo. Para Kagan, la primacía estadounidense, medida en términos de sus capacidades militares, su papel protagónico en la producción económica y las finanzas internacionales, y el número y tipo de alianzas que tiene con otras naciones, sigue sin tener igual. En un artículo reciente, titulado “Las superpotencias no tienen derecho a jubilarse”, atribuye el actual desorden a la reticencia de Washington a seguir asumiendo su responsabilidad histórica como gendarme del mundo.

Según Ikenberry, aunque Estados Unidos ha perdido su estatus hegemónico y el poder está migrando desde el Norte y el Occidente hacia el Sur y el Este (a países como China, India y Brasil, por no mencionar a Rusia), los cimientos del orden mundial liberal —una mezcla de capitalismo de mercado, democracia, Estado de derecho, instituciones internacionales, seguridad cooperativa y solución colectiva de problemas—, construido después de la Segunda Guerra Mundial bajo la tutela estadounidense y fortalecido después de la Guerra Fría, están más vigentes que nunca. Como prueba de ello observa que los poderes emergentes no están buscando cambiar las reglas de juego vigentes sino que buscan ganar mayor influencia dentro de éstas.

En contraposición a estas lecturas, que pecan de cierta prepotencia occidental al presumir que el mundo entero evoluciona necesariamente hacia el liberalismo político y económico, distintos hechos sugieren que el cambio en las relaciones de poder también conllevan un viraje en las ideas que subyacen al orden mundial. Por ejemplo, el ascenso de China se ha traducido en la introducción de principios iliberales y antidemocráticos, pese a su aceptación del capitalismo. Por su parte, Rusia está confrontando abiertamente la influencia de Occidente en su vecindario inmediato. Asimismo, el califato (transnacional) declarado por el Estado Islámico no sólo cuestiona al Estado moderno soberano como forma única de autoridad política sino que reivindica el uso de la violencia sectaria.

El sistema internacional transita de un esquema en el que el poder ya no es de unos pocos, sino que se reparte entre muchos, y con visiones de mundo bien distintas. Pese a las críticas justificadas de la hegemonía estadounidense, sigue habiendo un número sorprendente de países —como se observa en el caso de la OTAN y Japón— que espera de Washington el ejercicio de liderazgo y la garantía de su seguridad. Los hechos recientes no sólo ponen en entredicho la voluntad y capacidad de Estados Unidos de administrar un mundo en transformación, sino que retan el carácter inevitable del orden liberal.

 

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